ESPINOSA Y SUS DEMONIOS: Influencia de Sábato












Aun en su cama de enfermo terminal, Espinosa amontonó libros para documentarse en la que hubiera sido su última novela, concerniente a los nazis en Suramérica. El personaje sería un joven que por extrañas circunstancias se ve enganchado en el aparato de terror del nazismo, sin que en ningún momento comulgue con esa doctrina…

Cuando las fuerzas lo abandonaron para semejante empresa, al menos se erguía sobre el espaldar de la cama y, pálido, trazaba algunas notas en el laptop que le había facilitado su nuera. “Estoy escribiendo pequeños ensayos o reflexiones que me acuden en estas horas de profunda aflicción. Quieren ser algo parecido a las notas de Sábato en El escritor y sus fantasmas. Pero no sé si valgan la pena publicarse por lo deprimentes, sobre todo para los jóvenes. No sabes a estas alturas de mi vida los pensamientos desoladores que me visitan”. Al cabo de contarme aquello, un poco más relajado, encendía el televisor y me pedía atención para escuchar boleros de Buena Vista Social Club, en una grabación en blanco y negro de La Habana de los años cincuenta. “¡Ah! Si no fuera por mi espíritu caribeño…”, nos decía sonriente un año antes bailando “La vida es un carnaval” y “Dos gardenias” en la sala de su apartamento, alguna medianoche de whiskys y amigos que mitigaban la reciente muerte de su esposa.

El día en que ella falleció, el joven escritor Johann Rodríguez-Bravo, que inexplicablemente moriría dos meses después con apenas 25 años, registró lo siguiente en su diario todavía inédito.

Octubre 19 de 2005. Miércoles.

“A las diez de la noche me llamó (Germán Espinosa), sonaba tranquilo, como si nada hubiera pasado: “Adivina qué, Johann”, me dijo. Yo supuse que se había ganado un premio muy importante y me emocioné: “¿Qué pasó, maestro?”. “Johann, se murió Josefina esta tarde”, terminó por decir. De inmediato me fui a su casa y lo acompañé mientras él deliraba con dos botellas de Scotch. “Esto es una carajada de Dios. Dios es un jodido que me dejó vivir para que presenciara esto. A Dios le gusta demostrar que es omnipotente. Qué cosa tan horrorosa. Yo debí morir en diciembre pasado”, me dijo tan pronto me vio entrar por su puerta. “No necesito que me consuelen —y señaló a sus hijos—; yo necesito que me acompañen a morir; porque hoy también me morí yo. Esto que ven es una sombra, una fantasma que de ahora en adelante se ahogará en licor”. El maestro pasó toda la noche diciendo que con la muerte de Josefina, el Germán Espinosa que conocíamos también había muerto; que no tenía más alternativa que morir, dejarse morir. Me conmovió, sobremodo, que me dijera que yo era uno de sus buenos amigos y que necesitaba mi compañía para poder morir dignamente. “Mi suicidio será lento, pero efectivo”.

La bofetada de Dios, de ese dios espinosiano más cercano al capricho y a la maldad que al orden y la justicia, terminó por despachar a los pocos días a su gran amigo R.H. Moreno-Durán y de un zarpazo nos arrebató a Johann; unos días antes ya había fulminado de un infarto a su amigo de la infancia el jurista Nicolás Salom, experto en derecho del mar. Espinosa, que había vivido bajo presiones suicidas y ante el peligro de la aniquilación y de la soledad, llegó aquella vez a los límites últimos de su existencia. Ya sus novelas profetizaban esas situaciones extremas y excepcionales. De ahí sus protagonistas paranoicos: el inquisidor Juan de Mañozga en Los cortejos del diablo (1970) se siente perseguido por los demonios de su propio infierno; Genoveva Alcocer zigzaguea por el mundo entre los cañones de los piratas y los monstruos del racionalismo enciclopedista en busca de la esencia divina; sobre Braulio Cendales en La balada del pajarillo (2000) se desliza algún demonio agazapado que distorsiona su visión del mundo; el mismo Espinosa en Aitana (2007) precisamente acusa a un brujo negro de provocar esta brutal bofetada de Dios. Aquí el escritor se vuelve un psicópata capaz de hacerse plenamente consciente de su psicopatía. No es como el político que nunca cae en la cuenta de vivir enloquecido por el poder. Mientras el novelista percibe el mundo directamente, el político lo admite como él quiera que sea o cómo se lo dejen ver su camarilla de servidores, aun más retorcidos. Por eso la novela seguirá reflejando mejor al mundo que los noticieros y los periódicos, todos por lo demás politizados.


¿Fue Espinosa un creyente rencoroso con su Creador? No. Sólo que a él, como a Sábato, lo asedió la malignidad del universo. Bañado en la poesía diabólica de Baudelaire, sus personajes prefieren lanzar letanías a Lucifer que al Creador todopoderoso. Y aunque el Diablo preferiría que no creyéramos en él, Espinosa aspiró a comprenderlo de alguna manera, porque si bien el universo es obra de Dios, está detentado por este Ángel Adversario. En todas partes está Lucifer.








Este blog, albacea de los admiradores, entusiastas y críticos de la obra de Germán Espinosa, se abre al público lector para recibir las impresiones que en todo el universo desate su obra literaria.

1 comentario:

Unknown dijo...

No sé qué podría decir. Sólo que me interesa este blog y que seguiré pasando por acá. Este post en especial me daja sin palabras, hoy tampoco es que tenga muchas.