GERMÁN ESPINOSA o el hombre-literatura

El lector medio de nuestro tiempo se conforma con ignorar a GERMÁN ESPINOSA (Cartagena, 1938–Bogotá, 2007), teniéndolo por un erudito o un hiperléxico genial. Un ropaje o una áurea verbal lo acompañó toda la vida y cobijó su espíritu; en algún cajón de su cerebro guardaba el diccionario de nuestra lengua, no estática sino dinámicamente. Puesto a expresar un concepto, tenía nueve palabras para decirlo en formas distintas, a cambio de limitarse a la vaguedad y a los equívocos que depara el uso de una sola fórmula, como quieren ciertos “robots”. Su primera regla era la claridad, sin la cual no se establece el contacto. “No avances al siguiente punto si no te has convencido de lo que has dicho anteriormente goza de toda claridad”. Añadía elegancia porque la sabiduría es inaccesible si es abstracta y seca. Construyó otro mundo colombiano de enciclopedia, aunque algo más rico por cuanto se guiaba por el verdadero humanismo: se nutría de pensamiento y encaraba teorías y nuevas formas de pensar y jamás se dejó deglutir por un tirano ni por un sistema. Su novela “La tejedora de coronas” explora con feliz intuición la naturaleza, la historia, el alma, cielo y tierra y hasta el fondo del mar. Sus últimas novelas, declaraba sonriendo, le costaron poco trabajo: “Yo no pongo más que las palabras; y ésas no me faltán”. Ya en sus palabras, quería decirnos, iba añadida su imaginación. Ahora que lo sospecho había en él cierta lógica matemática tomada, quién sabe, de su bravo instinto musical. Ha sido, sin duda, una de los escritores más completos de toda nuestra historia literaria.


SPB, noviembre 2007