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La tejedora de coronas, o la universalidad




Publicada en 1982, La tejedora de coronas es una de las novelas colombianas mejor logradas. Brillante. No hay que asustarse por la técnica narrativa: se trata de un reto estilístico que plantea leer un capítulo (más o menos de veinte páginas) sin puntos seguidos ni dos puntos, sin paréntesis ni guiones, respirando únicamente con las pausas de las comas; y esa técnica resulta la más apropiada para narrar el fluir de la conciencia de la protagonista-narradora, Genoveva Alcocer, cuyos recuerdos se van relatando en círculos o espirales concéntricas, zarandeándonos de París hasta Nueva York, pasando por Roma y Quito, y teniendo como punto de partida Cartagena de Indias, el puerto colombiano que en la colonia española vivía asediado por piratas de todo el mundo. Genoveva Alcócer es una cartagenera criolla de origen español que con diecisiete años se nos presenta desnuda, contándonos cómo se espejea en los cristales biselados de su caserón colonial, solitaria porque los piratas acabaron de arrasar su ciudad, llorosa porque ha sido violada y mar adentro truena la tempestad nocturna. Lo que parece ser un monólogo de Genoveva sorprende por el denso erotismo de verse desnuda en el baño de su caserón solitario mientras recuerda los momentos inmediatamente anteriores: 

[…] y quedé desnuda frente al espejo de marco dorado que reflejó mi cuerpo y mi turbación, un espejo alto, biselado, ante cuyo inverso universo no pude evitar la contemplación lenta de mi desnudo aún floreciente [anhelando] al adorable adolescente que me había hecho comprender […] la función nada maternológica ni mucho menos lactante de mis eréctiles pezones […] y me sentí avergonzada del recorrido escalofriante, y quise eludir el reflejo de mi cuerpo [… pero mis ojos permanecían fijos]  en la hendidura que parecía temblar de placer bajo la maleza rojiza del vello, cuya contemplación me hacía sentir un escalofrío eléctrico, como de ámbares frotados, una especie de zigzagueante relámpago como esos que alborotaban el mar, recorrerme las piernas, que apretaba entonces como los niños cuando no pueden retener la orina, y el efecto era igual que si me hubiesen masajeado los muslos, como una esclava hizo alguna vez para curarme un calambre, así que pensaba en mi buen confesor, muerto por los piratas, y en sus advertencias piadosas sobre los desvíos compulsivos que Satanás nos alienta, e imaginaba un cabezal apropiado para cauterizar la cisura de aquella enervante sangría, para restañarme la herida del sexo como si fuera la del cordón umbilical, y sentí entonces la necesidad de algo que lo taponara profundamente hasta cortar o estancar aquel flujo magnético que me hacía apretar los muslos y evocar con furor el cuerpo amado de Federico…


Antes de contarnos por qué y cómo se originó el pillaje a la ciudad, Genoveva prefiere recordar los meses inmediatamente anteriores cuando todo parecía idílico y Federico Goltar, su joven amante, la invitaba a subir a la terraza de su casa y observar, a través de su pequeño telescopio, la pequeña luz de un nuevo planeta, verde en el cielo estrellado, mientras abajo sus dos familias de origen español, los Goltar y los Alcocer, cenaban y hablaban de negocios.

Espinosa puso como punto de partida de su novela el ataque de la flota francesa contra Cartagena de Indias, una batalla que ocurrió a finales de 1697. La ciudad quedó arrasada, las familias españolas arruinadas, y sus hijas, como Genoveva, tuvieron que vivir de las joyas que habían logrado esconder o, bien, de actividades "non santas". Años después del pillaje, huérfana y solitaria, Genoveva acoge la visita de dos cosmógrafos franceses. Ellos advierten su inteligencia y se la llevan a Europa, enrolándola en la logia masónica de París. Al comenzar el tercer capítulo la vemos desembarcar en el puerto de Marsella en la primavera de 1712 y a los pocos días enrumbar hacia París, cuyas iglesias y tejados “pruriginosos de las casas agachadas sobre el Sena” ve desde su habitación, después de haber hecho el amor con François-Marie Arouet, es decir, nadie menos que con Voltaire, miembro de su logia masónica. Genoveva nuna se casa ni tiene hijos. Pero pese a ser infértil, Genoveva fertiliza a las almas masculinas de los masones, los dota del sentido femenino de la vida, no importa que en ocasiones se precipite en orgías y excesos sexuales. Se parece a Diótima del Banquete de Platón: suerte de cortesana americana que practica la filosofía, las artes y las ciencias como ayudas genésicas. En ella, ciencia y filosofía son sonrisas de la belleza vital y en su cuerpo desnudo, por parafrasear a Nicolás Gómez Dávila, parecen resolverse todos los problemas del universo.




(Lienzo de Daniel Jácome, 2009)
Sin embargo, pese a sus nuevos amantes, Genoveva no olvida al primero, a Federico Goltar, el joven cartagenero como ella, seducido por los piratas en el sitio de 1697 y fusilado por el gobernador de los Ríos en un intento por hallar culpables. Recuerda que días antes de la toma de Cartagena, él decía haber descubierto por sí mismo el séptimo planeta del sistema solar, Urano, setenta antes de que la ciencia europea lo reconociera como tal. Esta mención obedece por un aparte a que Germán Espinosa comenzó a escribir su novela el día en que Neil Armstrong alunizó en 1969. Por otra parte, obedece también a romper paradigmas con respecto a Latinoamérica. Imaginar qué sería de un joven cartagenero en plena colonia, cercado por las murallas, si descubriera un nuevo planeta, ¿no significa una crítica a la mentalidad colonial? En esa época, 1697, el único lazo de unión entre las colonias hispanoamericanas con la ciencia era a través de Francia, pero este país sólo podía penetrar mediante las tomas de piratas, mediante la violencia.



(Nicoletta Tomas)
Hay dos planos narrativos en La tejedora de coronas que vemos a través de Genoveva: 1) el de su adolescencia en Cartagena de Indias asediada tanto por los piratas como por su familia católica y castradora del sexo y del amor, y 2) el de su misión en la logia masónica que consiste en proyectar el conocimiento científico sorteando ignorancias y fanatismos. La toma de los piratas, a lo largo de los capítulos, va uniendo ambos planos narrativos y de ahí la ausencia de puntos seguidos. Así las calles de Cartagena, asoladas por la peste, se unen con las calles parisinas pululantes de prostitutas; la burocracia criolla es un reflejo del eslabón monárquico europeo. También hay dos formas de narrativa: la de una narración enciclopédica y el de una prosa simbolista. Lo uno no altera lo otro y todo funciona como el movimiento del mar: tras alcanzar un gran vuelo lírico-filosófico, punta última de la cresta, desciende la ola para volverse a formar con otros datos y otras situaciones. Pineda Botero señaló que si simbolizáramos el desarrollo de la trama en secuencias de la A a la Z, una vez cubierta la secuencia O-P, la narración continuaría con H-I, luego con D-E, para regresar a P y hacer P-Q (véase Juicios de residencia, 2001, 270).

Plano antiguo de la Bahía de Cartagena en tiempos de piratas
Ahora bien, Pineda Botero se equivoca al decir que El siglo de las luces (1962) de Carpentier sea la principal influencia de Espinosa. No. Fue Bomarzo (1962) del argentino Manuel Mujica Lainez, de donde Espinosa tomó el impulso de recobrar la historia con la prosa modernista, lírica. Si nos apuran con comparaciones, diremos La tejedora de coronas goza de cierto hálito similar a Bomarzo (1962), del argentino Manuel Mujica Lainez, y se parece a Noticias del imperio (1987), de Fernando del Paso, donde también los franceses invaden a América. Tres novelas hispanoamericanas zambullidas en la historia europea, de carácter cósmico, tocadas por elementos fantásticos.


La tejedora de coronas explora con feliz intuición la naturaleza, la historia, el alma, cielo y tierra y hasta el fondo del mar. La teoría de Vargas Llosa de la “novela total” (y Vargas Llosa varias veces elogió a Espinosa) sin duda se puede aplicar a La tejedora de coronas, porque ésta también es una novela total en la línea de esas creaciones demencialmente ambiciosas que compiten con la realidad real de igual a igual, enfrentándole una imagen de una vitalidad despampanante, voluptuosa.


La UNESCO consideró esta novela obra representativa de la humanidad en 1992. Cuando se tradujo al francés comoLa Carthagenoise, esta novela despertó tal vez mucha más fascinación que en la propia Colombia. En París no cabían de la dicha que la protagonista Genoveva Alcocer fuera amante de Voltaire y reviviera como ninguna el período de la Ilustración, cuando Francia se expandía por todo el orbe occidental. La novela de hecho arranca con el sitio de Cartagena de Indias en 1697, cuando el rey Luis XIV ordenó atacar este puerto en el Caribe para minar al decadente Imperio español.


2001+ENTREVISTA A GERMÁN ESPINOSA


Por: Sebastián Pineda Buitrago

Germán Espinosa nació en Cartagena de Indias en abril 30 de 1938. Desde su más temprana edad se sintió predestinado para la literatura. A ella ha estado dedicado desde la publicación de su primer libro de poemas, Letanías del crepúsculo, en 1954. Autor de una veintena de libros (novelas, cuentos, crónicas periodísticas, poesía) Germán Espinosa puede pertenecer a la llamada generación post-boom, o al selecto grupo de escritores latinoamericanos que posee una dimensión culta y universal. Entre sus libros cabe destacar su famosa novela La tejedora de coronas. Publicada en 1982 ha recibido desde entonces grandes elogios por la crítica mundial – fue declarada por la UNESCO en 1992 como obra representativa de la humanidad –, y ha sido traducida al francés, siendo elogiada por importantes críticos de Europa; la revista Semana la escogió entre las mejores cinco novelas del siglo XX en Colombia. También se destacan sus novelas Los cortejos del diablo, El signo del pez, Sinfonía desde el nuevo mundo, Los ojos del basilisco, La balada del pajarillo, y la más reciente: Rubén Darío y la sacerdotisa de Amón. También cabe señalar entre sus otros libros, Romanza para murciélagos (cuentos), Crónicas de un caballero andante (artículos periodísticos), Poesía Completa, y Ensayos Completos. Germán Espinosa también ha sido diplomático en África y Europa, catedrático en varias universidades. Ha sido galardonado como el mejor escritor de Colombia (2002), y ha obtenido el doctor honoris causa dado por la Universidad de Antioquia. En esta entrevista nos revela varias de las facetas de su pensamiento creador.

Usted define a la cultura latinoamericana como una “cultura de culturas”. ¿Qué quiere decir usted con estos términos?

G. E. La América Latina ha incorporado, a partir de la colonización por España, gentes de todas las razas del planeta, incluidos algunos tan remotos como hindúes o japoneses. Estos, a su vez, han incorporado sus diversas tradiciones, y es así como, por ejemplo, la cocina del Caribe participa de sazones asiáticas y africanas. Numerosos antropólogos insisten, todavía a estas alturas, en que nuestra verdadera cultura es la precolombina, y al hacerlo, cometen grave desaguisado. No hay tal. La cultura precolombina, es sí, parte de nuestra tradición, pero lo son también la española, que nos legó su lengua, la francesa, la alemana, la china, etcétera. Somos un continente invadido por multitud de tradiciones y, en tal sentido, constituimos una cultura de culturas. El mestizaje menos importante entre nosotros es el mestizaje racial; importa, ante todo, el cultural.

Su obra literaria tiene una marcada vocación universal, culta, que en nuestro medio varía de la corriente (bajo mundo, seres relegados, limitada a temas folklóricos). ¿Cómo ha logrado tal característica?

G. E. Desde niño fui un lector voraz de literatura universal, autores favoritos míos fueron, desde muy joven, Proust, Mann, Huxley, Hesse, Kafka, Anatole France, Víctor Hugo, Shakespeare y muchos etcéteras. En Cartagena adquirí esa visión universal propia del hombre del Caribe. Me formé, principalmente, en autores europeos y en algunos latinoamericanos que denotaban una propensión universal. Nunca comulgué con autores como, por ejemplo, Jorge Icaza, cuya visión es recortadísima. Borges fue, desde los primeros tiempos, uno de mis maestros favoritos. Me sedujo, ante todo, por su visión universal.

Su obra está alejada de los esquemas del realismo mágico. ¿Podría usted afirmar que este tipo de literatura no nos representa tal como somos? ¿Cuáles escritores latinoamericanos vindica usted como verdaderos representes de Latinoamérica?

G. E. Mal podría yo afirmar que una obra realista mágica de las dimensiones de Pedro Páramo no es representativa. Lo es, y en altísimo grado. También Cien años de soledad tal como lo reconoce el mundo entero, es de lo más representativo de Latinoamérica. Yo critico dos cosas: la propensión europea a creer que, fuera del realismo mágico, ninguna otra forma de narrativa es auténticamente latinoamericana; y la propensión de ciertos escritores (acuérdese de Isabel Allende) de sacrificar su tesoro personal por imitar servilmente a García Márquez. No hallo sino dos verdaderos realistas mágicos en nuestra literatura: Rulfo y García Márquez. Lo demás es imitación. Ahora bien, ya en Europa hay quienes divergen de la actitud que he anotado. Francia, por ejemplo, acogió con genuino entusiasmo mi novela La tejedora de coronas, en la cual no hay atisbo alguno de realismo mágico. Se trata de una obra reflexiva, en la cual intento demostrar las preocupaciones más evidentes de los latinoamericanos, aspiro a incorporar el mundo científico, al par que la búsqueda psicológica. Siempre creí que mi generación estaba obligada apartarse (sin que por ello lo cuestionara) del boom. Ello no quiso decir que, por ejemplo, no admirase inmensamente a uno de sus integrantes, el gran Julio Cortázar. Empero, creo que otros escritores, no pertenecientes al boom, escribieron novelas esenciales, tales como Mujica Lainez y Ernesto Sábato. Otra cosa que reprocho a los europeos es el concebir a Latinoamérica como un continente en estado semisalvaje, que aún practica el pensamiento mágico. No; entre nosotros, como lo demostré en un ensayo, la filosofía que ha prevalecido es la positivista, que junto al marxismo es la más desoladoramente materialista del globo. Nada de pensamiento mágico.

En su obra llaman la atención los sucesos fantásticos, los mitos griegos, la poesía medieval, ¿Considera usted que es un deber de la postmodernidad reivindicar aquello?

G. E. Ignoro cuáles son los deberes de la postmodernidad, porque ignoro qué diablos es la postmodernidad. Por experiencia sé que todo escritor tiene sus obsesiones, inseparables de él, así como Borges estaba obsesionado por los espejos y los tigres. A mí, por ejemplo, la leyenda del vampiro me obsesionó desde muy joven, cuando mis colegas de generación me censuraban el que diese acogida a cierto tipo de literatura (la vampiresca entre ellas, pero también la policial y la de science fiction) y me aseguraban que mi gusto por estas cosas era indicativo de escasas aptitudes literarias. En general, amo la carga de poesía que hay en los mitos. En mi novela La balada del pajarillo incluyo muchos de ellos, como por ejemplo el de las hadas o el de la botella del diablo. Me parece que son alusiones que pueden dar mucha vida a una narración.

¿Qué debemos hacer los latinoamericanos para liderar un verdadero movimiento cultural en el mundo?

G. E. Insistir en nuestra vocación universal.

De acuerdo a los hechos recientes que están marcando la historia mundial, ¿qué augura usted en el futuro?

G. E. Siendo muy joven, escribí un artículo – por allá por 1958 – que lo que yo veía principalmente en el futuro era fanatismo y más fanatismo. La realidad no me ha contradicho. Ojalá me equivoqué, pero veo el siglo XXI como la explosión de multitud de posturas estúpidas, tales como el fanatismo, el chauvinismo y, acaso, el racismo. Por lo demás no sé si haya notado usted como el trajín del hombre se va frivolizando cada vez más. Ese cuento bobo de la cultura Light, por ejemplo, está corrompiendo a las mejores mentes. A una cultura es preciso exigirle profundidad, no ligereza. No quisiera ser pesimista, pero la situación mundial y nacional no da lugar al optimismo. ¿Sabía usted que el pesimismo es de mal augurio? Me atrevería, sí, a hacer un pronóstico tentativo: si el país pudiera obtener la paz que anhela, Colombia se dispararía como una de las naciones más ricas de Latinoamérica. Logrado eso, la justicia social se daría por añadidura, pues suele nacer de la abundancia y no de la pobreza.

٭٭٭

Para quienes estemos iniciados en la narrativa de Germán Espinosa, quintaesencia de la prosa, la lectura de La verdad sea dicha, sus memorias, nos depara como una especie de largo aterrizaje. Acostumbrados al vuelo erudito de sus novelas llenas de un halo impresionista, luciferino tal vez, con sus personajes imborrables; acostumbrados, pues, a sus ficciones que contienen otro plano maravilloso de la realidad, nos sorprende la narración de su propia vida. En sus novelas son muy poco visibles rasgos autobiográficos. Por sus memorias fluye una trama nerviosa que nos hace parar la lectura para recobrar nuestro habitual pulso cardíaco.