Mostrando entradas con la etiqueta pineda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pineda. Mostrar todas las entradas

Cuando besan las sombras


Germán Espinosa.
Cuando besan las sombras.
Alfaguara. Bogotá, 2004


Por: Sebastián Pineda Buitrago

Cuando besan las sombras tiene nombre de bolero. Acaso por aquello de: “sombras nada más / entre tu vida y mi vida…” Y no está lejos de serlo, pues se trata de la novela más musical de Germán Espinosa. El protagonista, Fernando Ayer, es músico – hasta su nombre resulta evocativo y sugerente. Y mientras el argumento se arma y desenvuelve, Fernando Ayer va componiendo y arreglando su Sinfonía del espectro. Según el diario que lleva – y en que está vertida parte de la novela –, comienza la sinfonía el 31 de diciembre del año 2002. Será su sinfonía número 1. Fernando Ayer, prodigio desde niño de la música clásica, posee menos de treinta años, y acaba de regresar de estudios en el exterior, emparejado con la joven norteamericana Marilyn. Ambos comienzan a habitar una casa colonial en el barrio la Manga de Cartagena de Indias, parecida a la que habitó el autor de niño y que nos describe en sus memorias La verdad sea dicha (2003). El mar, siempre el mar y la atmósfera del Caribe, siguen siendo esenciales para la literatura de Germán Espinosa. Y cartagenero como su creador, costeño, el músico Fernando Ayer no se da a urdir vallenatos ni mucho menos reguetón, sino a componer música sinfónica y al mejor estilo de los compositores clásicos. Al principio quiere que su sinfonía finalice, según él, “con una marcha fúnebre en honor de los muertos incalculables que ha acarreado la guerra en que hace veinte años vive sumido mi país”. Empezará, siguiendo a Mahler, con un Moderato; seguirá con un Scherzo en si bemol mayor, y se interrumpirá con un Poco Moderato en un compás de 6/8. Pero ya veremos en que terminará esta sinfonía.

La trama de la novela explota mientras Marilyn y Fernando Ayer hacen el amor: explota no con los gemidos orgásmicos de ella, sino con los sollozos quejumbrosos de una mujer-espanto, oculta en los interiores vetustos de la casa colonial. Para averiguar qué es realmente lo que ocurre, Fernando Ayer solicita desde parapsicólogos, pasando por noticias de quien había habitado la casa antes, hasta la crónica de un periodista puertorriqueño de principios del siglo XX. La inserción de esta crónica-imaginaria es tal vez lo mejor de la novela: una parte transcurre en el París de la Belle-Epoque, donde aparece Oscar Wilde; otra en Buenas Aires, y otra entre Puerto Rico y Cartagena. Esta crónica-ficción divide el diario de Fernando Ayer. Antes fue el misterio del espanto femenino y el intento por averiguar de dónde y por qué provienen sus gemidos lastimeros. Y después, medio resuelto el misterio, el desenlace de los acontecimientos. Conviene no contarlos. Apenas sugerirlos: y digamos que, en efecto, las sombras se besan desde el fondo de los lustros.

Cuando besan las sombras es literatura fantástica en su más alto grado. Es literatura amorosa en su cabal expresión. Germán Espinosa es un novelista del amor, no al modo cursi, corriente, dulzón, sino al modo fantástico, lleno de inteligencia: “El ser humano está en capacidad de amar en forma múltiple. No se trata, por supuesto, de cohonestar ciertas promiscuidades detestables. Sí de permitirle a un espíritu repartirse entre amores sinceros.” (Pág. 242). El amor, en su obra, se nutre de cultura y erudición. Narra la sazón psicológica por la cual reaccionamos de tal o esta manera, descubriendo cómo nos influyen desde el medio en que nos criaron, pasando por un libro leído al azar, hasta reencarnaciones pasadas, cuyos amores y tormentos, como vemos en esta novela, heredamos. Lo fantástico y culto de Cuando besan las sombras no significa que eluda la realidad social, política y artística de Colombia. Por el contrario, sin perder la prosa literaria, muestra el terrorismo de la guerrilla y la mediocridad de ciertos medios colombianos, entre éstos los bogotanos, que niegan, precisamente, los grandes valores de la cultura colombiana.

¿Quién ha escuchado o siquiera sabe del compositor cartagenero Adolfo Mejía? ¿Cuántos colombianos “cultos” tienen en su casa piezas de Luis A. Calvo? O sin irnos más lejos, ¿por qué sigue exaltándose y enseñándose solo a García Márquez cuando la obra literaria de Germán Espinosa, como el sol, ya no puede taparse con la palma de la mano? Las academias de Colombia viven como cansadas: negando lo inteligente y vigoroso, cual gallinas temerosas de que el aleteo de una águila cercana venga a cuestionar sus corrillos, su folclor, esto es, su falso populismo. Cuando besan las sombras es perceptible para todos; lo puede leer y gozar el académico y el obrero, el neófito y el maestro. En sus páginas queda sugerida la construcción de la Sinfonía del espectro, a la carta para cualquier músico profesional. Y como en el fondo no vemos diferencia entre música culta y música popular, la lectura total de la novela nos deja la sensación de un bolero moderno: porque cuando las sombras besan el amor alcanza gran intensidad; ha superado los rencores, vencido el olvido, trascendido la vida, y es “amor constante más allá de la muerte”, como dice el poema de Quevedo.

German Espinosa: le romancier penseur


Les Lettres françaises

Article parule 3 juin 2006



Par: Sebastian Pineda


« Un jour pas très lointain, disait Baudelaire, on comprendra que toute littérature qui se refuse à cheminer fraternellement entre la science et la philosophie est une littérature homicide et suicidaire. » Il n’existe pas de littérature qui vive sans se nourrir de la science ou de l’histoire à un degré plus ou moins grand. Les grands écrivains ont été des grands lecteurs et des grands essayistes : on peut le vérifier de Dante à Goethe, de Victor Hugo à Valéry, de Bacon à Borgès. Il y a des écrivains, il est vrai, qui conquièrent le monde qu’avec leur imagination, cependant à nous lecteurs, il nous plaît de savoir que pense tel grand écrivain de la réalité, de ce qui va arriver au niveau social et culturel, quelle est sa conception du monde. C’est là que réside la différence qui existe entre German Espinosa et Garcia Marquez, les deux plus grands romanciers colombiens du XXe siècle.
L’imagination de German Espinosa se nourrit de la science et de l’histoire universelle. Publiée en 1982, son roman la Tejedora de coronas (la Carthagénoise.) rend élastique l’Illustration française. Le flux narratif de la Tejedora de coronas (un flux de conscience) offre des techniques temporelles et spatiales dans le meilleur style de Joyce ou de Proust. Il raconte comment Carthagène des Indes est attaquée par la flotte française en 1697, avant de narrer les péripéties des loges maçonniques à Paris, Madrid et dans le reste de l’Europe et également sa tentative d’expansion jusqu’à l’Amérique. Les intrigues à la cour de Louis XVI s’insinuèrent jusqu’à Carthagène, l’affectent quand la politique expansionniste française l’envahit pour déstabiliser les colonies espagnoles. La politique, la science et l’histoire s’imprègnent d’érotisme et de métissage. Genoveva Alcover, la protagoniste, va être l’amour de Voltaire, non sans laisser de se rappeler son Federico Goltar, le jeune qui découvre une planète depuis les cieux tropicaux de Carthagène. German Espinosa signale comment dans la mer des Caraïbes se fit le mélange culturel entre différents peuples et différentes races du monde. La même chose s’est produite autour de la Méditerranée, où se sont toujours retrouvées les civilisations du Moyen-Orient, d’Afrique et d’Europe. La Tejedora de coronas est un roman maritime, d’échanges culturels et sexuels.
Déjà dans los Cortejos del diablo (1970) Espinosa avait réussi à montrer la terrible tentative de l’Amérique latine pour s’uniformiser. Il met en scène, en pleine place de Carthagène, une exhortation de juifs, de Noirs, d’indigènes, d’Arabes et de protestants - persécutés par l’inquisition espagnole - où tous paraissent se fondre dans une culture métisse unique ou comme Espinosa lui-même réussit à l’appeler : « culture des cultures ». De même dans ses romans los Jos del basilisco (1992) et Sinfonîa desde el Nuevo Mundo (1990) son idée est de saisir, romançant cette époque immédiatement postérieure à l’indépendance, de quelle manière la Colombie a essayé de s’inscrire dans l’histoire et la culture modernes en réponse à sa diversité. Sa passion universaliste dépasse les espaces nationaux. Dans El signo del pez (1986) le lecteur est plongé dans les dernières splendeurs de la Rome polythéiste, gouvernée par Néron, qui va être incendiée, et dans les débuts du monothéisme commandé par le juif Pierre de Tarse. À travers une prose d’essayiste qui ne laisse pas de côté la fantaisie et la poésie - à la Thomas Mann -, Espinosa aborde les méditations les plus belles et les plus profondes (sur les lèvres de la grecque Asplata) sur une époque et quelques hommes qui furent à l’origine et fondèrent la foi chrétienne.
Espinosa réfute les critiques européennes, qui conçoivent l’Amérique latine comme un continent à demi sauvage, qui pratiquerait encore aujourd’hui la pensée magique. Non. Chez les Latino-américains, comme il le démontre dans un essai, la philosophie qui a prévalu c’est le positivisme. Rien ou presque de pensée magique. Dans la littérature latino-américaine, comme dans toutes les autres, la fantaisie et l’imagination viennent de l’érudition. On le voit chez Rubén Dario, Leopoldo Lugones, et également, sans aller si loin, chez Borgès. Espinosa a été très influencé par l’écrivain argentin. Borgès lui a ouvert la voie à la littérature fantastique. La légende du vampire, par exemple, l’a obsédé pour la charge poétique qu’elle contient. Dans son oeuvre narrative récente, Romanza para murciélagos (1999) il transpose ce mythe dans la Bogota de 1948. De la même manière que dans la Balada del pajarillo (2000) il joue à donner du sens, en plein XXIe siècle, à la poésie provençale du Languedoc dans la bouche d’une mystérieuse femme et d’un peintre qui voit en elle les traits de la Déesse blanche de Robert Graves. Dans son dernier roman Cuando besan las sombras (2004), Espinosa fait revivre le thème de la réincarnation et des fantômes. Il s’agit également d’une nouvelle artistique et musicale. Le protagoniste Fernando Ayer, plein des rumeurs qui lui viennent du passé et du présent, suggère la composition d’une symphonie en l’honneur des morts incalculables occasionnés par la guerre dans son pays. « Elle commencera, suivant Malher, avec un moderato ; suivra un scherzo en si bémol majeur, elle sera interrompue avec un poco moderato dans une mesure de 6/8 ». Cuando besan las sombras, contient, en fait, une symphonie occulte, à la carte pour tout musicien professionnel.
German Espinosa ne possède pas un style unique dans ses livres. Il pense qu’il n’existe aucune technique pour écrire. Pour qu’une technique nouvelle puisse surgir chez un écrivain, souligne-t-il, celui-ci doit connaître toutes les techniques anciennes. Si on essayait de définir son style, on dirait que celui-ci jaillit à partir d’unions, de synthèses. Enfin : chaque thématique qu’il aborde sollicite une technique. S’il écrit un roman sur l’époque baroque, comme los Cortejos del diablo, il a recours au style baroque ; sur l’époque classique, comme dans el Signo del pez, au style classique. Et ainsi de suite, même dans les autres oeuvres. German Espinosa représente cette merveilleuse tradition littéraire que compte la Colombie depuis l’époque coloniale. La Colombie a eu une littérature splendide au XIXe siècle : sa poésie est magnifiée par Fernandez Madrid, José Eusebio Caro, Rafael Pombo, Silva, Guillermo Valencia ; dans le roman, Maria de Jorge Isaacs, De Sobremesa de Silva, qu’Espinosa considère comme le meilleur roman qui n’ait jamais été écrit en Colombie - dans le style d’À rebours de Huysmans.
Pour conclure, je souhaite parler d’un ouvrage quasiment inconnu d’Espinosa : el Sueño ético en Atenas y otras prosas. Dans ce roman, Espinosa réalise l’inévitable pèlerinage que tout grand écrivain doit faire dans le monde classique. Il commence avec une digression sur la pensée relativiste de Protagoras, celui qui remet en question nos vérités les plus fondées. L’éthique et la justice sont relatives et peut-être fausses. Cependant, l’humanité n’a pas renoncé à ce rêve de Platon et d’Aristote d’une éducation qui incline l’être humain à seulement désirer le bien et le noble : une aristocratie fondée sur le mérite. El Sueño ético en Atenas est une ébauche de philosophie classique qui cherche à revendiquer les idées de la vertu et du bien, oui, à une époque où des valeurs aussi indispensables sont absentes. Cet essai pourrait être une forme d’euphémisme pour se concentrer sur les égarements de la société colombienne. C’est un rêve éthique et moderne, un rêve éthique en Colombie.
Les oeuvres de German Espinoza ont été publiées en français
par les éditions de la Différence.
Sebastin Pineda traduction de M. S.

ENSAYOS COMPLETOS I Y II



Por: Sebastián Pineda Buitrago




“Algún día no lejano – vaticinaba Baudelaire en alguno de sus ensayos – se comprenderá que toda literatura que se niegue a caminar fraternalmente entre la ciencia y la filosofía es una literatura homicida y suicida.” Baudelaire reafirma la convicción que obliga a todos los grandes escritores, desde Dante y Quevedo, a esbozar su pensamiento a través del ensayo literario, de no conformarse con la “mera” intuición. Lo anterior sirve para contextualizar la importancia que posee, en la literatura colombiana, la obra de Germán Espinosa. Posee, como se verá, los requisitos que reza Baudelaire para la supervivencia de la literatura: dotada de grandes ficciones y de grandes ensayos. Cada uno de estos ensayos nos va acercando a las lecturas y a los autores que más han fascinado las hondas horas de estudio de este gran escritor. De esta última afirmación, para que no se califique de ligera, es bueno aclarar dos cosas: la primera, que su generosa erudición, expuesta en varios de estos ensayos, nos permite descubrir autores y libros hasta entonces insospechados por muchos de nosotros – yo he conocido poetas como el persa Omar Khayyam, novelistas alemanes como Hoffmann, gracias a estos ensayos –; y la segunda: la facilidad de estudiar la literatura universal como parte de nuestra tradición. Aparece, en su imagen más nítida, la figura de Borges. En el ensayo: “Borges, el maestro de la crítica”, Germán Espinosa lo aborda como el escritor que mejor ha cumplido el ideal de Flaubert, esto es, ser un perfecto hombre de letras. Alguien que primero se forma con ahínco y decisión en la lectura, es decir, en la crítica, en el ensayo, para luego probar sus propios experimentos. “Borges fue antes critico que narrador. Cuando, después del accidente que le motivó una septicemia aguda, se resolvió a escribir narraciones fantásticas, sus juicios sobre Kafka se hallaban ya maduros y publicados (Tomo II, Pág. 118).” Borges solía creer que: “la casi infinita literatura estaba en un hombre. Ese hombre fué Carlyle, fue Johanes Becher, fué Whitman, fué Rafael Cansinos Asséns, fué De Quincey (Otras Inquisiciones, Pág. 23).” Ese hombre puede ser también Germán Espinosa.

En estos Ensayos Completos hay múltiples temáticas del orden de la cultura universal, vistos con el perfil de un literato y de un colombiano. Ahora bien, demos paso a estudiar su obra ensayística. Agrupan estos dos tomos de Ensayos Completos seis libros en total: La liebre en la luna, La aventura del lenguaje, Guillermo Valencia, Luis Carlos López, La elipse de la codorniz, y El sueño ético en Atenas y otras prosas. Allí está clarísima su desbordada pasión por el género ensayístico, pues cuando surgió la propuesta de compilar sus ensayos – gracias a Leticia Bernal, entonces directora del Fondo Editorial EAFIT –, pensó que muchas de sus novelas y cuentos podían también ser ensayo, así vistos por algunos críticos. Pero el ensayo, aunque admite la ficción, no puede alcanzar el vuelo de un poema, ni de un cuento, mucho menos de una novela, aunque ésta esté llena de temas históricos y culturales, como El signo del pez. El sueño ético en Atenas y otras prosas, es el único libro inédito de estos Ensayos Completos. Germán Espinosa, en éste, cumple con el inevitable peregrinar de todo gran escritor hacia el mundo clásico. Empieza con una digresión sobre el pensamiento relativista de Protagóras, aquel que pone en tela de juicio nuestras verdades más aceptadas. Tal pensamiento relativista, “que inspira un miedo inconsciente”, apela al concepto de Heráclito: “nadie se baña dos veces en el mismo río; todo es fluido y cambiante”. La ética y la justicia son relativas, y así pueden llegar a ser falsas. Sin embargo, la humanidad no ha renunciado a ese sueño de Platón y Aristóteles según el cual haya una educación que incline al ser humano a desear sólo lo bueno y lo noble; de ostentar una aristocracia fundada en el mérito. El sueño ético en Atenas es un bosquejo por la filosofía clásica en busca de reivindicar las ideas de la virtud y del bien, sí, en una época ausente de tan imprescindibles valores. De hecho, este ensayo puede ser una forma eufemística para llamar la atención sobre el descarrilamiento de nuestra sociedad. El título parece ser, al cobrar tintes tan propios y candentes, un sueño ético moderno, el sueño ético en Colombia.

Por lo demás, el padre del ensayo moderno, Montaigne, declaró que el ensayo no necesita tener pruebas, pese a que sostenga teorías inimaginables, pues de lo contrario podría verse como algo dogmático. Y el ensayo es libre como el pensamiento. De esta manera, que el lector encuentre compendiado en estos dos tomos de Ensayos Completos el pensamiento de un escritor librepensador; el bagaje intelectual de un colombiano que ha escrito obras maestras de la literatura universal.

VISIÓN DE GERMÁN ESPINOSA


Por: Sebastián Pineda Buitrago
A menudo lo acusan de soberbia, tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que provienen del misterio que envuelve a los grandes escritores) son irrisorias. Germán Espinosa concibe la vida como un café abierto al mundo, ebrio de amigos y palabras, con la actitud de conversar siempre. Conversar para él no es un acto de vanidad para ser tenido por culto o literato, sino una gana, una necesidad íntima. Acaso sea uno de los últimos escritores dados a la conversación, a los cafés, a las tertulias. Él habla sin reparar en su interlocutor y lo comenta todo, porque su vocación esencial es contar, relatar. “Soy un poeta que narra”, dijo alguna vez. Lo sabemos: no es novelista para muchedumbres. No porque se requiera gran erudición o cultura para leer sus libros, sino porque nadie ha hecho tan suyo el consejo del ancient mariner de Coleridge: “I know the man that must hear me; / to him my tale I teach”. Espinosa identifica a su lector, lo inventa, lo pule, porque una buena novela se dirige a un individuo en concreto, no a una masa de lectores. Y si la literatura surge de la vida y es como una compensación, de muy pocos podemos escuchar esta cosa tremenda: “¡HE VIVIDO!” Sí: Espinosa ha vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos, y, contrariando a Barba Jacob (uno de sus poetas preferidos), se aleja del olvido.

Ese vaivén de veneración y desdén hacia sus libros invade su figura de cierto misterio. Cuando en el 2001 me radiqué en Bogotá, presto a estudiar Literatura, indagué entre los libreros del centro sobre Germán Espinosa. “Ya casi no se le ve; vive bebiendo whisky en su apartamento de las torres Jiménez de Quesada”, contaban con dejos de leyenda. Divisé las faldas de Monserrate y Guadalupe, donde se hincan las torres de su apartamento, y me alegré de estar en la misma ciudad del autor de La tejedora de coronas (1982). Pero si en la calle sabían de él, casi lo ignoraban en la academia. “¿Espinosa? ¿Querrás decir el filósofo Baruch Spinoza?” No me desgastaba en aclaraciones, antes se me antojaba admisible cierta intuición sobrenatural. No sólo en su novela Los cortejos del diablo (1970) aparece de repente un tal Spinoza, acusado de practicar el panteísmo en plena Cartagena inquisitorial; también el propio Germán ha dictado cursos de lógica sobre el judío de las “traslúcidas manos” labradoras de lentes. Luego, dentro de los misterios del universo, el que un novelista colombiano comparta el mismo apellido de un judío holandés del siglo XVII ― apellido que hunde sus raíces en el pueblo castellano Espinosa de los Monteros ― no es cosa del azar; podemos hablar perfectamente de la reencarnación de éste en aquél. Además, visto de perfil, la nariz del cartagenero se pronuncia algo israelita, judaizante.

Hay algo mágico en Germán Espinosa. ¿O tendrá la admiración (que no es propiamente una virtud) mucho de supersticioso? Es comprensible si se trata de Espinosa, que afianzó en Colombia la narrativa fantástica con su primer libro de cuentos La noche de la trapa. Lo publicó en 1965, el mismo año en que contrajo matrimonio con su amor infinito: Josefina Torres. De lo que deducimos que Josefina, el amor, lo impulsó por el camino de la literatura. Si no, confiesa el propio Espinosa, la bohemia y la fugacidad del periodismo lo hubieran consumido. Y nada menos parecido a Espinosa que esos talentos a los que el medio ingrato deja en la sombra y, en ciertos casos, empequeñece y deforma por la adaptación a grupos sociales mezquinos. Su labor de novelista dista mucho del arte de los rumores diarios o periodísticos que todo lo enturbian. Cuidadoso de izquierdas y de derechas, nadie lo ha hecho sardina de su ascua. Él, a lo suyo. Incluso la sustancia de Los cortejos del diablo, El magnicidio y Sinfonía desde el nuevo mundo, que Alfaguara reeditó como Novelas del poder y de la infamia (2006), llama la atención sobre el demonio agazapado que se desliza en ciertas personas embriagadas con su propio Eros, soñando con cambiar el mundo de raíz por la misma razón que lo ven distorsionado. Y aun advierte sobre la adulación, la envidia y la vanidad enloquecida del mundillo del arte en La balada del pajarillo (2000), novela de proporciones fantásticas y aterradoras tan sólo por los delirios del pintor Braulio Cendales. El único remedio frente a esta intoxicación intelectual, recomienda el propio Espinosa en El sueño ético en Atenas (Ensayos Completos II, 2002), es la humildad, fruto de la relatividad del universo.

Espinosa ha pagado, como Babel, los escarmientos por subir más allá de lo corriente. No sólo él. Altos espíritus, incluso eminentes en Europa, han sido esquivos a la fama y no ocupan sus lugares merecidos dentro de la sociedad colombiana, simplemente por no saber relacionarse con el temperamento del periodismo bogotano. Hay mucho de psicología social en todo esto. En su ensayo Sociología de la autenticidad y la simulación (1955), Cayetano Betancur observó cómo los medios y las personas del alto mundo de Bogotá sienten una desconfianza ante el hombre talentoso que no nació en su medio y a quien no puede tratar con diminutivos que acentúen la relación amistosa. León de Greiff, a cuya recia personalidad se acercó Espinosa siendo muy joven, jamás condescendió con ello y llevó, por consiguiente, una vida solitaria. Si se ve bien no son precisamente los expertos en lenguas, los historiadores eruditos ni los grandes novelistas quienes presiden una exposición, dirigen una facultad o regenten una universidad. Son, en cambio, los “suaves filósofos” de fino tacto, que nunca importunan. Mas Espinosa ha residido en Buenos Aires, Nairobi, Belgrado, y sabe que el ser humano es igual en todas partes. Lo que reprocha es más bien la poca respiración internacional de la cultura colombiana, con lo cual su obra y la de muchos colombianos ilustres se expandiría globalmente. Francia, por ejemplo, elevó La tejedora de coronas como obra representativa de la humanidad. Si un comentador de libros, de cuyo nombre no quiero acordarme, ignoró a Espinosa en un panorama de la novela colombiana después de García Márquez, bien sabemos sus lectores que el nombre de Espinosa ya equivale a un epíteto de buena literatura.

Casi muere a finales de 2004. Por alguna complicación intestinal lo sometieron a una cirugía de urgencia, y el efecto de la anestesia detuvo su corazón por instantes. Lo trasladaron de inmediato a cuidados intensivos. Unas horas después salió el cirujano a comunicarnos (yo estaba con Adrián, su primogénito) que posiblemente Espinosa moriría esa misma noche. “Está muy grave”, se limitó a decir. No sé si su esposa Josefina escuchó la sentencia del cirujano, pero en su angustia de aquella noche varias veces repitió: “Germán no se puede morir. Él me prometió que escribiría otra novela”. Yo, a mi turno, buscaba en el firmamento, denso por el fulgor citadino de la alta meseta metafísica, el planeta “Genoveva” de La tejedora de coronas, su novela cósmica. En esos momentos resultaba impactante la íntima relación del amor y la vida con la literatura. Un año después, cuando Josefina falleció, varios amigos le insistimos cumplirle su promesa. Y su última novela, en efecto, saldrá con el nombre de Aitana, sí, en honor a la mujer a quien le debemos conducirlo por el camino de la literatura.