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El signo del pez (1987)






Extractos: 

"¿Sabías que la desconfianza es el primer peldaño hacia la soledad"?
Quien desconfía se va quedando solo. Sin amigos. Sin amor. No hay que hacer tanto caso de las palabras.

"¿Tan niña eres que te asustas todavía de las palabras? ¿Que llegas al extremo de confundirlas con realidades? Si así fuera, entonces la mentira podría ascender al rango de lo sagrado. Hace tiempos los griegos sabemos que las palabras no son otra cosa que representaciones de conceptos, verdaderos o falsos". (p. 134).

"Te equivocas –cas gritó entre sollozos [Aspálata]–. Nunca me has defraudado. Eres lo que sueño que eres, lo que deseé que fueras. Soy yo la que se defraudó a sí misma. La que te defrauda a ti. Soy inferior a ti. Soy un estorbo para ti. Te amo, te amo demasiado y por eso debo alejarme de ti". (p. 168).

Hay que advertir una cosa. "Que no es el hombre, por libre albedrío o por la flaqueza de su carne, como parecía sugerirlo la tradición hebraica, el que labra su desdicha, sino, en buena medida, poderes sociales que deben ser sometidos a un orden ético".

En caso de conflicto, ¿qué hacer entonces?

"La fuga no es, por cierto, recomendable. Quien se oculta, pensó, redobla el valor del enemigo. Quien huye invita a que se le persiga. Quien se resiste ignora el poder de Dios. No; lo mejor es esperar". (p. 268)

"Aquella raza griega que llegó a hacer del conocimiento una especie de fiesta y que deseó extraer de la paideia un hombre nuevo, transformado casi absolutamente por la educación". (p. 207)

"Clarificar, clarificar el mundo a toda costa".

Explicación de cómo los griegos concibieron la noción del individuo:

"Un telasonio, entre risas, condescendió a explicarle que una piedra no podía ser un individuo, puesto que, si se le rompe, cada pedazo sigue siendo por sí solo una piedra. En cambio, el fragmento de una tortuga no era ya una tortuga, por lo cual metafísicamente la tortuga era indivisible, era un individuo. En otras palabras, se tenía por individual aquello que podía ser sujeto de uno o más predicados, pero él mismo no podía ser predicado de otro sujeto, explicación aristotélica que lo turbó. Comprendió que mientras los helenos actuaban con estricta independencia, los demás pueblos del mundo lo hacían a la manera de colmenas o de hormigueros regidos por una mente gregaria e infinitamente divisible". (p. 195)

"No hay en el mundo encuentro casual que no sea, secreta o misteriosamente, una cita". (p.132)


AITANA Y EL DISCURSO DEL AMOR: otra tesis sobre Germán Espinosa

Carlos Daniel Argüello Anillo escribió su tesis de maestría en Literatura, para la Pontifica Universidad Javeriana de Bogotá, sobre Espinosa cuyo título es "AITANA Y EL DISCURSO DE AMOR . Un análisis desde los conceptos habitus y campo literario".


Se puede leer pulsando aquí: http://icaro.javeriana.edu.co/bitstream/10554/466/1/cso17.pdf

30 de abril: WALPURGISNACHT, o CUMPLEAÑOS DE GERMÁN ESPINOSA

*
Germán Espinosa solía solazarse al haber nacido el 30 de abril, el día en que se asienta la primavera en Europa que diversas mitologías celebran con todo tipo de extraños ritos. No importa que él hubiera nacido en pleno trópico, en la siempre ardiente Cartagena de Indias. Él era un hombre universal. Libre de identificarse con otras culturas. Solía, en especial, regodearse con la noche de Walpurgis que precisamente tiene lugar el 30 de abril. Una noche en que ocurren toda suerte de orgías, como tanto le gustaban a Genoveva Alcocer, la protagonista de "La tejedora de coronas". De las mejores versiones de la Noche de Walpurgis le gustaba, en especial, la que Thomas Mann relata en "La montaña mágica".

Extraigo el fragmento de la traducción de Verdaguer del capítulo "Noche de Walpurgis":


Walpurgisnacht



"—Es un joven muy rígido, honesto y alemán.
—¿Rígido, honesto? —repitió él—. Comprendo el francés mucho mejor de lo que lo hablo. Me parece que quieres decir que es un pedante. ¿Nos consideras tú como pedantes a nosotros los alemanes?
—Hablamos de tu primo. Pero es verdad, todos sois un poco burgueses. Amáis más el orden que la libertad, toda Europa lo sabe.
—Amar, amar, ¿qué es eso? Esa palabra está falta de definición. El uno la posee, el otro la ama, como dice nuestro proverbio —afirmó Hans Castorp. Y continuó diciendo—: En estos últimos tiempos he reflexionado con frecuencia sobre la libertad. Es decir: he oído esta palabra con tanta frecuencia que me ha hecho reflexionar. Te diré, en francés, lo que pienso. Eso que toda Europa llama libertad es tal vez una cosa bastante más burguesa que nuestra necesidad de orden, ¡eso es!
—¡Qué divertido! ¿Piensas en tu primo al decir esas cosas tan extrañas?—No, es verdaderamente un alma bondadosa, una naturaleza sencilla que no se ve amenazada por nada, ¿sabes? Pero no es un burgués, es un militar.
—¿Que no se ve amenazada por nada? —inquirió ella con esfuerzo—.¿Quieres decir: una naturaleza completamente firme, segura de sí misma? Pero si está gravemente enfermo, tu pobre primo.—¿Quien te lo ha dicho?—Aquí estamos bien informados los unos de los otros.—¿Te ha dicho esto el doctor Behrens?—Tal vez, cuando me enseñaba sus cuadros.
—Es decir: ¿cuando pintaba tu retrato?
—Tal vez, ¿Te gustó mi retrato?
—Sí, extraordinariamente. Behrens ha conseguido dar exactamente la sensación de tu piel. ¡Oh, con mucha fidelidad! A mí también me gustaría mucho ser retratista, para tener ocasión de estudiar tu piel, como él.
—Hable usted en alemán, si gusta.
—Oh, yo hablo alemán incluso en francés. Es una especie de estudio artístico y médico; en una palabra: se trata de literatura humana, ¿comprendes? ¿Que decides? ¿No quieres bailar?
—No, es cosa de chiquillos. A escondidas de los médicos. Inmediatamente que Behrens aparezca, todo el mundo se precipitará hacia las sillas. Será una cosa muy ridicula.
—¿Tanto respeto le tienes?—¿A quien? —preguntó ella, pronunciando la interrogación con una brevedad extranjera. —A Behrens.
—¡Déjame en paz con tu Behrens! Ya ves que aquí no hay sitio para bailar. Además, sobre la alfombra... Veremos cómo bailan los demás.
—Sí, es mucho mejor —aprobó él, y se puso a mirar, sentado cerca de ella, con el rostro pálido, los ojos azules, con la mirada pensativa de un abuelo, cómo saltarineaban los enfermos disfrazados, en el salón, y al otro lado, en la biblioteca. La «hermana muda» bailaba con el «Heinrich azul», y la señora Salomon, disfrazada de bailarín, con frac y chaleco blanco, un plastrónsaliente, un bigote y un monóculo, giraba sobre sus altos tacones que salían por debajo del largo pantalón de hombre, con el Pierrot, cuyos labios brillaban con un rojo de sangre en la cara espolvoreada de blanco, y cuyos ojos parecían los de un conejo albino. El griego, en mantilla, agitaba sus piernas armoniosas, enfundadas en punto lila, en torno de Rasmussen, escotado y resplandeciente de jade negro. El procurador, vestido con un quimono, la señora Wurmbrand y el joven Gaenser bailaban juntos, manteniéndose entrelazados, y la señora Stoehr bailaba con su escoba, que apretaba contra su corazón, acariciando el plumero como si fuese la erizada cabellera de un hombre.
—Eso es lo que haremos —repitió Hans Castorp maquinalmente. Hablaban bajo y el piano ahogaba sus voces—. Permaneceremos sentados aquí y miraremos como en sueños. Para mí es como un sueño, ¿sabes?, como un sueño singularmente profundo, pues es preciso dormir profundamente para soñar de este modo... Quiero decir: es un sueño bien conocido, soñado siempre, eterno, largo; sí, estar sentado cerca de ti, como ahora, eso es la
eternidad.
—¡Poeta! —dijo ella—. Burgués, humanista y poeta. ¡Un alemán completo comme il faut!
—Temo mucho que no seamos comme il faut —dijo él—. Bajo ningún aspecto. Somos tal vez niños mimados por la vida, sencillamente.
—Hermosa palabra. Dime, pues... No hubiera sido muy difícil tener esesueño más pronto. Es un poco tarde cuando el señor se decide a dirigir la palabra a su humilde servidora.
—¿Para qué hablar? —dijo él—. ¿Para qué sirven las palabras? Hablar,discurrir, es una cosa muy republicana, lo admito. Pero dudo que sea poético en el mismo grado. Uno de nuestros huéspedes, que se ha hecho amigo mío, monsieur Settembrini...
—Acaba de dirigirte algunas palabras.
—Es sin duda un gran hablador, le gusta mucho recitar bellos versos, pero ¿es acaso un poeta ese hombre?
—Lamento sinceramente no haber tenido jamás el placer de hablar con ese caballero.
—Me lo figuro.
—¡Ah!¿Lo crees?
—¿Cómo? Era una frase completamente indiferente lo que acabo de decir. Ya te darás cuenta de que no hablo con frecuencia el francés. Sin embargo, contigo prefiero esa lengua a la mía, pues, para mí, hablar en francés es hablar, en cierta manera, sin responsabilidad, o como decimos ahora, en sueños. ¿Comprendes?
—Me parece que sí.
—Eso basta... Hablar —continuó diciendo Hans Castorp— ¡pobre asunto! En la eternidad no se habla de nada. En la eternidad, ¿sabes?, se hace como cuando se dibuja un cerdito: se inclina la cabeza hacia atrás, se cierran los ojos.
—¡No está mal eso! Te bailas en la eternidad lo mismo que en tu casa, sin duda alguna la conoces a fondo. Hay que confesar que eres un pequeño soñador muy curioso.
—Y además —dijo Hans Castorp—, si te hubiese hablado más pronto,
hubiera sido necesario tratarte de «usted».
—¿Es que tienes la intención de tratarme de «tú» siempre?
—Seguramente. Te he tuteado siempre y te tutearé eternamente.
—Es un poco fuerte. En todo caso, no tendrás por mucho tiempo ocasión de decirme «tú». Me marcho.
Esta palabra tardó algún tiempo en penetrar en su conciencia. Luego Hans Castorp se sobresaltó, mirando en torno de él con aire extraviado, como un hombre que despierta de repente. Su conversación había continuado con bastante lentitud, pues Hans Castorp hablaba el francés de un modo muy pesado y con un titubeo pensativo. El piano, que había permanecido callado un instante, resonaba de nuevo, esta vez bajo las manos del joven Mannheim, que sustituía al joven eslavo y había cogido un cuaderno de música. La señorita Engelhart estaba sentada a su lado y volvía las páginas. El baile se había desanimado. Numerosos pensionistas habían tomado la posición horizontal. Nadie se hallaba sentado ya delante de ellos.En la sala de lectura jugaban a las cartas.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Hans Castorp, con la mirada extraviada.
—Quiero marcharme —contestó ella sonriente, como sorprendida, al ver su estupor.
—No es posible. Se trata de una broma.
—Nada de eso. Formalmente, me marcho.
—¿Cuándo?—Mañana. Después de comer.
Un gran cataclismo se produjo en él.
Luego añadió:
—¿Adonde vas?—Muy lejos de aquí.
—¿Al Daguestán?
—No estás mal informado. Tal vez, por el momento.
—¿Estás, pues, curada?
—Respecto a eso... no. Pero Behrens cree que, por el momento, no puedo realizar grandes progresos aquí. Por eso voy a probar un cambio de aires.
—¿Volverás, pues?
—Tal vez. Pero no sé cuándo. Respecto a mí, ¿sabes?, amo la libertad ante todo, y especialmente la de elegir mi domicilio. No puedes comprender eso: tener la obsesión de la independencia. Tal vez es a causa de mi raza.
—¿Y tu marido, en el Daguestán, te concede la libertad?
—Es la enfermedad la que me la concede. Estoy aquí por tercera vez. Esta vez he pasado un año. Es posible que vuelva. Pero entonces tú esta rás muy lejos.
—¿Lo crees, Clawdia?
—¡También mi nombre! ¡Verdaderamente te tomas muy en serio las costumbres del Carnaval!
—¿Sabes tú, pues, en qué medida estoy enfermo?
—Sí, no. Como estas cosas se saben aquí. Tienes una pequeña mancha húmeda, aquí dentro, y un poco de fiebre. ¿No es eso?
—Treinta y siete, ocho o nueve por la tarde —dijo Hans Castorp—. ¿Y tú?
—Oh, mi caso es un poco más complicado... nada sencillo.
—En esa rama de las letras humanas llamada la medicina —dijo HansCastorp— hay algo que se conoce con el nombre de obturación de los vasos de la linfa.
—¡Se ve bien que has fisgoneado, querido!
—Y tú. ¡Perdóname! ¡Permite que te pregunte algo con insistencia y en alemán! El día en que me levante de la mesa para ir a la consulta, hace seis meses... Tú te volviste, ¿recuerdas?
—¡Qué pregunta! ¡Hace seis meses!
—¿Sabías adónde iba?
—Ciertamente, era por pura casualidad...
—¿Te lo había dicho Behrens?
—¡Siempre ese Behrens!
—¡Oh!, ha reproducido tu piel de una manera tan exacta... Por otra parte, es un viudo de mejillas ardientes que posee un servicio de café muy notable. Creo que conoce tu cuerpo, no sólo como medico, sino también como adepto de otra disciplina de las ciencias humanas.
—Tienes toda la razón al decir que hablas en sueños, amigo mío.
—Sea... Déjame soñar de nuevo después de haberme despertado tan cruelmente con esa campana de alarma de tu marcha. Siete meses bajo tus ojos... ¡Y ahora, que en realidad hablo contigo, me hablas de que te vas!
—Te repito que hubiéramos podido hablar mucho antes.
—¿Lo hubieras deseado?
—¿Yo? No me cogerás. Se trata de tus intereses. ¿Es que eres demasiado tímido para acercarte a una mujer a la cual hablas en sueños ahora? ¿O esque había alguien que te lo impedía?
—Ya le lo he dicho, no quería tratarte de «usted».
—No bromees. Contesta: ese charlatán, ese italiano que ha abandonado la velada, ¿qué es lo que te ha dicho ahora?
—No he oído absolutamente nada. Me preocupo muy poco de ese señor cuando te ven mis ojos. Pero olvidas... No hubiera sido muy fácil trabar amistad en ese ambiente. Estaba mi primo, con el cual estoy ligado y que tiene muy pocos deseos de divertirse aquí. No piensa más que en volver a la llanura para hacerse soldado.
—¡Pobre diablo! Está, en efecto, más enfermo de lo que cree. Tu amigo italiano tampoco está muy bien.
—El mismo lo dice. Pero mi primo... ¿Es verdad? Me asustas.
—Es muy posible que muera si intenta ser soldado en las llanuras.
—Que muera... La muerte. Terrible palabra, ¿no es verdad? Pero es extraño, no me impresiona en modo alguno hoy. Era un modo de hablar completamente convencional cuando te decía: me asustas. La idea de lamuerte no me asusta. Me deja muy tranquilo. No tengo piedad ni de mi buen Joachim, ni de mí mismo, al oír que es posible que muera. Si eso es verdad, su estado se asemeja mucho al mío, y me parece muy imponente. El está moribundo y yo enamorado. ¡Bien! Hablaste a mi primo en el taller de fotografía íntima, en la salita de espera, ¿te acuerdas?
—Un poco.—¿Hizo aquel día Behrens tu retrato transparente?
—¡Dios mío! ¿ Lo llevas?
—No, lo tengo en mi cuarto.
—Ah, ¿en tu cuarto? Yo llevo siempre el mío en la cartera. ¿Quieres que te lo enseñe?
—Muchas gracias. Mi curiosidad no es invencible. Será un aspecto muy inocente.
—Yo he visto tu retrato exterior. Me gustaría mucho más ver el retrato interior que tienes encerrado en tu cuarto... ¡Permíteme que te pregunte otra cosa! A veces, un señor ruso que vive en la ciudad viene a verte, ¿Quién es? ¿Con qué objeto viene ese hombre?
—Eres muy fuerte en espionaje, lo confieso. Pues bien, te voy a contestar; Sí, es un compatriota enfermo, un amigo. Le conocí en un balneario hace muchos años. ¿Nuestras relaciones? Tomamos el té juntos, fumamos dos o tres pápiros, charlamos, filosofamos, hablamos del hombre, de Dios, de la vida, de la moral, de mil cosas. Esta es mi información. ¿Estás satisfecho?
—¡También de moral! ¿ Y qué es lo que habéis descubierto en cuestiones de moral, por ejemplo?
—¿La moral? ¿Eso te interesa? Pues bien, nos parece que habría que buscar la moral no en la virtud, es decir: en la razón, la disciplina, las buenas costumbres, la honestidad, sino más bien en lo contrario, quiero decir: en el pecado, dándose cuenta del peligro, de lo que es perjudicial, de lo que nos consume. Nos parece que es más moral perderse y el dejarse languidecer que el conservarse. Los grandes moralistas no eran en modo alguno virtuosos, sino aventureros del mal, viciosos, grandes pecadores que nos enseñan a inclinarnos cristianamente ante la miseria. Todo eso te debe de disgustar mucho, ¿no es verdad?
Él guardó silencio. Se hallaba todavía como al principio, las piernas cruzadas bajo el asiento, que crujía, inclinado hacia la mujer, que se encontraba sentada, con su tricornio, y conservaba su lapicero entre los dedos. Los ojos azules de Hans Castorp contemplaban la habitación que se había ido quedando vacía. Los pensionistas se habían dispersado. El piano, en el ángulo, ante ellos, no dejaba oír más que algunos sonidos incoherentes; el enfermo de Mannheim tocaba con una sola mano, y a su lado estaba la institutriz sentada, hojeando una partitura que tenía sobre las rodillas.
17
Cuando la conversación entre Hans Castorp y Clawdia Chauchat expiró, el pianista cesó también de tocar, dejando caer sobre sus rodillas la mano que había acariciado el teclado, mientras la señorita Engelhart continuaba mirando sus notas. Las cuatro únicas personas que habían quedado de la fiesta del Carnaval se encontraban sentadas, inmóviles. El silencio duró algunos minutos. Lentamente, a causa de su propio peso, las cabezas de la pareja que estaba cerca del piano parecieron inclinarse más, la del joven de Mannheim hacia el piano, la de la señorita Engelhart hacia la partitura. Finalmente, los dos al mismo tiempo, como si se hubiesen puesto secretamente de acuerdo, se pusieron en pie y, sin ruido, evitando dirigirse hacia el otro lado de la habitación que se hallaba todavía ocupada, con la cabeza y los brazos colgantes, el joven de Mannheim y la institutriz se alejaron juntos, por la sala de correspondencia y de lectura.
—Todo el mundo se retira —dijo Mme. Chauchat—. ¡Eran los últimos. Es tarde. Bueno, la fiesta de Carnaval ha terminado. — Y elevó los brazos para quitarse con las dos manos el tricornio de papel de su cabellera roja, cuya trenza se hallaba arrollada en torno de la cabeza como una corona—.
Ya conoce usted las consecuencias, señor.
—Jamás, Clawdia. Jamás te trataré de «usted»; jamás en la vida ni en la muerte, si se puede decir de este modo. Esa forma de dirigirse a una persona, que pertenece al Occidente cultivado y a la civilización humanista, me parece muy burgués y pedante. ¿Para qué las formas? ¡La forma es la pedantería misma! Todo lo que habéis establecido respecto a la moral, tú y tu compañero enfermo, ¿quieres que me cause sorpresa?, ¿crees que soy tonto? Dime, ¿qué piensas de mí?
—Es un asunto que no da mucho que pensar. Eres un joven convencido, de buena familia, de aspecto agradable, discípulo dócil de sus preceptores, que volverá pronto a las llanuras para olvidar completamente que ha hablado en sueños aquí y para ayudar a hacer grande y poderoso a su país por su trabajo honrado en los astilleros. He aquí tu fotografía íntima, obtenida sin aparato. ¿La encuentras exacta?
—Faltan algunos detalles que Behrens ha encontrado.
—Los médicos encuentran siempre, son entendidos en la materia...
—Hablas como Settembrini. ¿Y mi fiebre? ¿De qué procede?
—Vamos, es un incidente sin consecuencias que pasará pronto.
—No, Clawdia, sabes perfectamente que lo que dices no es verdad, lo dices sin convicción, estoy seguro. La fiebre de mi cuerpo y las palpitaciones de mi corazón enjaulado y el estremecimiento de mis nervios son lo contrario de un incidente, se trata —y su rostro pálido, de labios estremecidos, se inclinó hacia el rostro de la mujer—, se trata nada menos que de mi amor por ti, ese amor que se apoderó de mí en el instante en que mis ojos te vieron, o más bien, que reconocí cuando te reconocí a ti, y es él evidentemente el que me ha conducido a este lugar...
—¡Qué locura!
—¡Oh! El amor no es nada si no es la locura, una cosa insensata, prohibida y una aventura en el mal. Si no es así es una banalidad agradable, buena para servir de tema a cancioncitas tranquilas en las llanuras. Pero que yo te he reconocido y que he reconocido mi amor hacia ti, sí, eso es verdad; yo ya te conocí, antiguamente, a ti y a tus ojos maravillosos oblicuos, y tu boca y la voz con que me hablas; una vez ya, cuando era colegial, te pedí tu lápiz para entablar contigo una relación social, porque te amaba sin razonar, y es por eso, sin duda, por mi antiguo amor hacia ti, por lo que me quedan esas marcas que Behrens ha encontrado en mi cuerpo y que indican que en otro tiempo yo estaba ya enfermo...Sus dientes rechinaron. Había sacado un pie de debajo del asiento de la silla, que crujía, mientras iba divagando y, al avanzar ese pie, con la otra rodilla tocaba casi el suelo, de manera que se arrodillaba delante de ella con la cabeza inclinada y temblando todo su cuerpo.
—Te amo —balbuceó—, te he amado siempre, pues tú eres el Tú de mi vida, mi sueño, mi destino, mi deseo, mi eterno deseo.
—¡Vamos, vamos! —dijo ella—. ¡Si tus preceptores te viesen! Pero él meneó la cabeza con desesperación, inclinando el rostro hacia el suelo, y contestó:
—Me tendría sin cuidado, me tienen sin cuidado todos esos Carducci, la República elocuente, el progreso humano en el tiempo, pues ¡te amo!
Ella acarició dulcemente con la mano los cabellos cortados al rape en la nuca.
—Pequeño burgués —dijo —. Lindo burgués de la pequeña mancha húmeda. ¿Es verdad que me amas tanto? Y exaltado por este contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:
—Oh, el amor, ¿sabes...? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosi dad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ése es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y majestuosa (mucho más alta que la vida risueña que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos) porque es la historia y la nobleza,la piedad y lo eterno, lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies... De la misma manera, el cuerpo también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo...! ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omóplatos cómo semueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa al acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la «Arteria femoralis» que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y de albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!
No abrió los ojos después de haber hablado. Permaneció sin moverse, con la cabeza inclinada, las manos que sostenían el pequeño lapicero de plata separadas, temblando y vacilando sobre sus rodillas.
Ella dijo:
—Eres, en efecto, un adulador que sabe solicitar de una manera profunda, a la alemana.Y le puso el gorro de papel.—¡Adiós, príncipe Carnaval! ¡Esta noche la linea de tu fiebre será muy mala, estoy segura!Al decir esto se levantó de la silla, se dirigió a la puerta, dudó un momento en el umbral, dio media vuelta elevando uno de sus brazos desnudos, con la mano en el pestillo y, por encima del hombro, dijo en voz baja:—No olvides devolverme el lápiz. Y salió".

UN DENSO ESTUDIO SOBRE GERMÁN ESPINOSA



Por Natalia Cendales

Este denso estudio crítico sobre Germán Espinosa proviene de una tesis de doctorado en la Universidad de Salamanca (España), presentada por Gustavo Forero.

Basado en teorías marxistas (que Espinosa rechazaba) para Gustavo Forero la obra literaria obedece menos a la individualidad del escritor que al contexto social y político en que éste se desenvuelve. Intenta concluir, pues, que las novelas históricas de Germán Espinosa obedecen al contexto político en que éste las escribió; que son dictadas por el contexto. Analiza las novelas históricas de Germán Espinosa con el propósito de fundamentar aparatos de teorías literarias, en las cuales los textos de Espinosa son pretexto de corroboración de esas teorías. A menudo su crítica se vuelve fatigosa.

Hay algo de ingenuo en la crítica de Gustavo Forero. Porque no deja de ser paradójico que el propio Germán Espinosa, en ensayos y entrevistas citados en el libro, rechace muchas de las teorías con que Forero intenta interpretar su narrativa. El novelista colombiano insiste en que es posible de mención o aprovechamiento literario toda realidad que llega a nuestra mente, al punto que la literatura puede definirse por esa universalidad de motivos e intenciones, ya que es la única disciplina que no se desvirtúa con tal integración, antes vive de ella. Acepta que los hechos políticos e históricos, los dogmas religiosos o las ideas filosóficas pueden, en efecto, producir efectos artísticos en el novelista, “inspirarlo”, pero no son literatura en sí misma; son provocaciones de emociones literarias, lo que es muy distinto.

En el subcapítulo titulado EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO DE TIEMPO EN LA NOVELA HISTÓRICA DE GERMÁN ESPINOSA, Forero logra grandes descubrimientos. Los logra cuando no tiene afán de conclusiones. Acierta en calificar de relativista la narrativa histórica de Espinosa. Éste concibe al hombre como motor de su propia historia por encima de intereses o factores económicos, religiosos o políticos. Se trata de una suerte de razón humana y vitalista de la historia. Pero, a renglón seguido, Forero prefiere apoyarse en una interpretación religiosa. Y juzga esa posición de Espinosa como una religiosidad encubierta, y de ahí que titule el capítulo quinto EL NUEVO MITO DEL ESPEJO COMO REFLEJO CLARO DEL TIEMPO EN LA NOVELA HISTÓRICA DE GERMÁN ESPINOSA. Este mito del espejo, que no es otro en términos literarios sino el de la metáfora o del lenguaje como representación del mundo, Forero lo entabla desde Platón y lo anuda con el cristianismo de San Pablo, personaje que Espinosa vuelve ficción en "El signo del pez".

Forero concluye que la idea de un continente mestizo, según lo Espinosa proclama en sus ensayos y novelas, sólo es el manto o el reemplazo del mito cristiano que todavía nos sigue rigiendo. Y aunque cita a los mejores pensadores hispanoamericanos que reafirman desde el ensayo la idea de Espinosa de un mestizaje cultural (Bello, Sarmiento, Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Vasconcelos, Borges, etc.), Forero se solaza en calificar todo eso como una “sacralización del mestizo” (Pág., 302). Tal es la interpretación malograda de Forero, pese a una articulación teórica sorprendente.

Se basa en dos libros de Lukács: Teoría de la novela (1915) y La novela histórica 1956). A renglón seguido se basa en las teorías de Goldmann para quien la literatura es una ideología superior, que remite a otros índices, a otras estructuras. Trae a colación después la crítica semiológica de Bajtin sólo para corroborar que también desde este campo la literatura se concibe como un cruce de ideologías. Lo mismo intenta con la crítica religiosa y con la crítica fenomenológica, que expone con Paul de Ricoeur. Desde todas las perspectivas, el objetivo de su base teórica reside en minar el sentido literario, universal de la narrativa histórica de Germán Espinosa. Minarlo en estructuras económicas, políticas y religiosas. Es decir, en estructuras extraliterarias. Con todo, Forero aclara que estas consideraciones generales deben pasarse por el filtro del contexto específico de la literatura de América Latina. Pero, por desdicha, su aclaración se queda en mera aclaración.

La epistemología de Forero está demasiada subordinada por el plano teórico. En vez partir del texto al contexto, es decir, en vez de ir formando su haz de referencias conforme la lectura de la obra de Espinosa solicite de la sociología, la religión, la ciencia, la política, el derecho, etc., Forero hace lo contrario. Su interpretación carece de una visión desprevenida. Prejuzga. Se centra más en los teóricos que en la propia obra de Germán Espinosa. Y su excesiva fidelidad a estos teóricos de la novela, en especial a Lukács, a menudo perturba la exegética literaria de Espinosa que, como dijimos, solicita otro tipo de investigación, esto es, una investigación más de orden literaria. Ninguna teoría más cercana a la literatura que aquella que de la literatura misma se ocupa. Así, ningún estudio más cercano a Espinosa que aquel que de los textos mismos de Espinosa se ocupe. Con todo, Forero logra pertinencia cuando analiza "El signo del pez", "Los cortejos del Diablo" y "La tejedora de coronas", a la luz de la teoría del espejo. Es su parte más afortunada.

En síntesis, ofrece propuestas, resultados análisis y soluciones interesantes, pero poco confiables. Para los estudiosos de la narrativa de Germán Espinosa este ensayo de Forero no llena las expectativas a tantas suscitaciones y emociones que desata su obra.

BIOGRAFIA INTELECTUAL DE GERMÁN ESPINOSA II

¿SUPO MUCHAS COSAS O CONOCIÓ UNA GRAN VERDAD?

Por Sebastián Pineda

El ensayista judío Isaiah Berlín, basado en una verso del poeta Arquíloco según el cual "la zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran verdad", divide a los grandes escritores en estos dos animales. Para él, son erizos quienes relacionan todas las cosas a una simple y única visión, a un sistema más o menos coherente o articulado basado en términos ajustados a lo que ellos entienden, piensan y sienten - apoderándose de la esencia solitaria, universal, en una idea que halla su significado en ella misma. Son zorros, en cambio, quienes persiguen muchos fines, a menudo no relacionados e incluso contradictorios. Estos últimos se entretienen en ideas centrífugas más que centrípetas; su pensamiento es disperso o difuso moviéndose en varios objetos o tratando de encajar en ellos. Al primer tipo de personalidad intelectual y artística pertenecen los erizos; al segundo, las zorras. Y sin insistir en una rígida clasificación, Isaiah Berlin dice sin temor a equivocarse que, en ese orden de ideas, Dante pertenece a la primera categoría, Shakespeare a la segunda; Platón, Lucrecio, Pascal, Hegel, Dostoiesky, Nietzsche, Ibsen, Proust son, en distintos grados, erizos; zorras son Heródoto, Aristóteles, Montaigne, Erasmus, Moliére, Goethe, Pushkin, Balzac y Joyce.


Me pregunto a mi turno a qué categoría pertenece Espinosa: ¿a las zorras o a los erizos? ¿Su literatura es monista o pluralista, quiero decir, su vision es de una sola cosa o de varias, compuesta por una sola sustancia o por elementos heterógeneos? No hay una inmediata y clara respuesta y aclaro que posiblemente no la resolveremos en este ensayo. Pero intentémoslo.


Isaiah Berlín explora la personalidad artística de León Tolstói, cuya impresionante novela "LA GUERRA Y LA PAZ" sobre la invasión de Napoleón a Rusia en 1812 ha servido para toda clase de análisis. Berlin se dio cuenta que Tolstóy fue por naturaleza una zorra, pero que creía ser un erizo debido a su personalidad aristocrática. La visión de la historia exhibida por Germán Espinosa en "LA TEJEDORA DE CORONAS" también se ajusta mucho a la visión de Tolstoy, en cuanto ambos demuestran que toda vez que la historia se gobierna por el imperio de la razón - como querían los enciclopedistas franceses y más tarde Marx - la humanidad cae en una guerra espeluznante.


En ese sentido, Espinosa parece por naturaleza de la especie de las zorras. Lo cierto y lo paradójico, sin embargo, es que en una misma persona puede presentarse las dos categorías. Sé que Espinosa en todos sus libros asumió que el mundo es muy complejo; dudó de la existencia de un solo principio ordenador de todo el universo; no creyó en las verdades incontrovertibles, y más aún, entendió que las distintas verdades del universo son entre sí contradictorias. Con la estrategia del zorra, dio como un hecho de la naturaleza la pluralidad, lo múltiple y lo diverso; acudió a muchas técnicas (se advierte en los registros de sus novelas) porque comprendió qué infinitos son los escenarios a los que debía enfrentarse; su principal temor se cifró en derrotar fanatismos y concepciones unidimensionales de la realidad, a través de la presentación de una realidad mutante, mostrando cómo el mundo se transforma y se subvierte sin cesar. Desconfió de las utopías, de los paraísos y de todo lo que estaba de moda, en una palabra, de la Razón porque con ella, como lo vemos tanto en "La tejedora de coronas" como en "Los cortejos del diablo" y "La balada del pajarillo", nos convertimos en brujas o en monstruos.


A ratos, sin embargo, la personalidad de Espinosa tuvo mucho de erizo: atacaba de frente por cuanto luchaba por ser incorruptible; a veces sufría de necedades inútiles (como la de no simpatizar con sus enemigos ni siquiera en los triunfos) y era inevitablemente terco. La desconfianza formaba parte de su naturaleza, y por eso tuvo la espalda recubierta de púas - a muchos les parecía distante, atipático, hosco, sañudo, misántropo. Era como el coco o la piña: duro y espinudo por fuera, dulce y jugoso por dentro. Así se protegía de sus desiguales, de suerte que prefería intercambiar opiniones con quienes de antemano simpatizaban con él o lo admiraban de alguna manera. Sí: tuvo mucho de erizo.


¿Fue Espinosa por naturaleza un erizo que creyó ser una zorra? O, como Tolstoy, una zorra que creyó ser un erizo?. A quién se parece más: ¿a Shakespeare o a Dante, a Proust o a Moliére, a Dostoviesky o a Joyce?


Continuará...

NOTILLAS PARA UNA BIOGRAFÍA DE G. E.


Por: Sebastián Pineda

Quién es Germán Espinosa, le preguntaron. Él respondió: “Un hombre que daría lo que fuera por poder, algún día, librarse de la literatura (y de sus consecuentes humillaciones)

Hay muchas maneras de ser sincero, y una de ellas es el artificio.

El estilo elegante de Espinosa que a ratos nos suena arrogante esconde, de un lado, una rebeldía contra la solapada humildad de la intelectualidad de su época: sólos los bribones son humildes, dijo Goethe.
Nada de “compromiso social”; compromiso con el lenguaje, tan subaprevechado.
Aspiró a ser intemporal y síntesis de muchas escuelas literarias.
Comprendió con Borges que por dicha nos debíamos a todas las culturas, y se inclinó por tramas y situaciones fantásticas, desdeñosas del costumbrismo y con libertad de regirse por lecturas íntimas o de internarse en otra época de la historia.
Su literatura es catarsis, conjuro, exorcismo, denuncia, alarido, liberación por el humor, exasperación, arraigo en la tierra, fuga, ilusión, realidad, sueño, amor, todo, nada.

Los adultos no somos sino la caricatura del niño.

El paisaje que mejor sabía describir era el marino, pero encalló en Bogotá donde nunca se sintió como pez en el agua.
CRÓNICA DE UN JOVEN ESTUDIANTE ANTE DOS ESCRITORES
7-02-2004

Desde la ventana del apartamento de Germán Espinosa vi penetrar a R. H. Moreno Durán en la portería del complejo residencial Gonzalo Jiménez de Quesada. El encuentro entre los novelistas de Colombia estaba a punto de darse.
Febrero siete del 2004 instalaba las tres y diez de la tarde (tarde brillante, refulgente) en el eje ambiental de la Avenida Jiménez, en la silueta de los edificios del centro de Bogotá, en el cercano barrio de La Candelaria, en el Palacio de Nariño pálido y solemne. Sonó el timbre, y después de un caluroso saludo los dos escritores pasaron a la sala. Una botella de Chivas Regal salió de un paquete azul que, bajo el brazo, traía el autor de "Fémina Suite". El whisky se escanció, sonando como un manantial paradisíaco, en el fondo cristalino de los vasos. Comenzaba la conversación...

Tal vez por el sol picante del altiplano, Moreno Durán tenía un semblante pesado en sus ojos mestizos. Comunicó cierta turbación que lo aquejaba desde la mañana: frente a sus ojos un hombre había caído fulminado por un infarto. Es decir, había visto morir a una persona, curiosamente, en el Cementerio Central de Bogotá, al pie de las tumbas. Presenció una muerte misteriosa en el propio templo de la muerte. Dos recientes noticias plateaban las sienes de Moreno-Durán: su madre, hacía una semana, acababa de fallecer, y por eso se encontraba en el cementerio: depositando sus cenizas. La otra noticia, obedecía a un prestigioso premio literario, el de Ciudad San Sebastián en España.

– Este año ha sido mortuorio: de funeral en funeral; año bisiesto – apuntó Germán Espinosa, imprimiéndole al ambiente un halo de esoterismo.
– El premio se lo ha concedido desde el cielo su mamá – dije yo, con pésame.
– Sí, sin duda – respondió Moreno-Durán.

Al dios Tánatos se le rendía, pues, el principio de la conversación. El autor de "La barbarie a la imaginación" evocó a su madre con cariño precisamente cómo la creadora de su vocación literaria. Pero el dios Apolo o de la literatura reclamaba que nos internáramos en su reino. Moreno-Durán se había ganado el premio Ciudad San Sebastián debido a su diálogo teatral Cuestión de hábitos sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Sobre la “Apola querida” como llamó un poeta colombiano de la colonia, Álvarez de Velasco y Zorrilla, a esta poetisa mexicana. Siempre se me antojo ver en Moreno-Durán sombras de algún escritor de la colonia: quizá porque escribió tanto sobre El carnero de Rodríguez Freile, quizá por su ensayo Denominación de origen: momentos de la literatura colombiana, o tal vez por su procedencia tunjana, ciudad donde se escribió casi toda la literatura de la colonia. – García Márquez me llamó para felicitarme – dijo el escritor boyacense –: celebró sobre todo el lenguaje; afirmó que yo soy un escritor del siglo XVII.

De manera que mi intuición no estaba tan lejos: hasta el Nóbel colombiano sostenía que Moreno-Durán escribía como los del Siglo de Oro. De hecho, el pseudónimo con el cual envió el premio al concurso fue Fray Gabriel Téllez, el nombre real de Tirso de Molina. La conversación se animó. El Siglo de Oro sedujo a Germán Espinosa, al Centauro de la literatura colombiano que, sonriente, apuraba su vaso de whisky mientras escuchaba a su colega. El poeta, el cuentista, el novelista, el cronista, el biógrafo, el ensayista cartagenero desplegó su erudición en torno al Siglo de Oro. Estaba alegre porque caía la tarde. La sombra (¿de García Márquez?) oscurecía los rostros de los dos novelistas post-boom.

Llegaron sus esposas a recogerlos.





Este blog, albacea de los admiradores, entusiastas y críticos de la obra de Germán Espinosa, se abre al público lector para recibir las impresiones que en todo el universo desate su obra literaria.