2001+ENTREVISTA A GERMÁN ESPINOSA


Por: Sebastián Pineda Buitrago

Germán Espinosa nació en Cartagena de Indias en abril 30 de 1938. Desde su más temprana edad se sintió predestinado para la literatura. A ella ha estado dedicado desde la publicación de su primer libro de poemas, Letanías del crepúsculo, en 1954. Autor de una veintena de libros (novelas, cuentos, crónicas periodísticas, poesía) Germán Espinosa puede pertenecer a la llamada generación post-boom, o al selecto grupo de escritores latinoamericanos que posee una dimensión culta y universal. Entre sus libros cabe destacar su famosa novela La tejedora de coronas. Publicada en 1982 ha recibido desde entonces grandes elogios por la crítica mundial – fue declarada por la UNESCO en 1992 como obra representativa de la humanidad –, y ha sido traducida al francés, siendo elogiada por importantes críticos de Europa; la revista Semana la escogió entre las mejores cinco novelas del siglo XX en Colombia. También se destacan sus novelas Los cortejos del diablo, El signo del pez, Sinfonía desde el nuevo mundo, Los ojos del basilisco, La balada del pajarillo, y la más reciente: Rubén Darío y la sacerdotisa de Amón. También cabe señalar entre sus otros libros, Romanza para murciélagos (cuentos), Crónicas de un caballero andante (artículos periodísticos), Poesía Completa, y Ensayos Completos. Germán Espinosa también ha sido diplomático en África y Europa, catedrático en varias universidades. Ha sido galardonado como el mejor escritor de Colombia (2002), y ha obtenido el doctor honoris causa dado por la Universidad de Antioquia. En esta entrevista nos revela varias de las facetas de su pensamiento creador.

Usted define a la cultura latinoamericana como una “cultura de culturas”. ¿Qué quiere decir usted con estos términos?

G. E. La América Latina ha incorporado, a partir de la colonización por España, gentes de todas las razas del planeta, incluidos algunos tan remotos como hindúes o japoneses. Estos, a su vez, han incorporado sus diversas tradiciones, y es así como, por ejemplo, la cocina del Caribe participa de sazones asiáticas y africanas. Numerosos antropólogos insisten, todavía a estas alturas, en que nuestra verdadera cultura es la precolombina, y al hacerlo, cometen grave desaguisado. No hay tal. La cultura precolombina, es sí, parte de nuestra tradición, pero lo son también la española, que nos legó su lengua, la francesa, la alemana, la china, etcétera. Somos un continente invadido por multitud de tradiciones y, en tal sentido, constituimos una cultura de culturas. El mestizaje menos importante entre nosotros es el mestizaje racial; importa, ante todo, el cultural.

Su obra literaria tiene una marcada vocación universal, culta, que en nuestro medio varía de la corriente (bajo mundo, seres relegados, limitada a temas folklóricos). ¿Cómo ha logrado tal característica?

G. E. Desde niño fui un lector voraz de literatura universal, autores favoritos míos fueron, desde muy joven, Proust, Mann, Huxley, Hesse, Kafka, Anatole France, Víctor Hugo, Shakespeare y muchos etcéteras. En Cartagena adquirí esa visión universal propia del hombre del Caribe. Me formé, principalmente, en autores europeos y en algunos latinoamericanos que denotaban una propensión universal. Nunca comulgué con autores como, por ejemplo, Jorge Icaza, cuya visión es recortadísima. Borges fue, desde los primeros tiempos, uno de mis maestros favoritos. Me sedujo, ante todo, por su visión universal.

Su obra está alejada de los esquemas del realismo mágico. ¿Podría usted afirmar que este tipo de literatura no nos representa tal como somos? ¿Cuáles escritores latinoamericanos vindica usted como verdaderos representes de Latinoamérica?

G. E. Mal podría yo afirmar que una obra realista mágica de las dimensiones de Pedro Páramo no es representativa. Lo es, y en altísimo grado. También Cien años de soledad tal como lo reconoce el mundo entero, es de lo más representativo de Latinoamérica. Yo critico dos cosas: la propensión europea a creer que, fuera del realismo mágico, ninguna otra forma de narrativa es auténticamente latinoamericana; y la propensión de ciertos escritores (acuérdese de Isabel Allende) de sacrificar su tesoro personal por imitar servilmente a García Márquez. No hallo sino dos verdaderos realistas mágicos en nuestra literatura: Rulfo y García Márquez. Lo demás es imitación. Ahora bien, ya en Europa hay quienes divergen de la actitud que he anotado. Francia, por ejemplo, acogió con genuino entusiasmo mi novela La tejedora de coronas, en la cual no hay atisbo alguno de realismo mágico. Se trata de una obra reflexiva, en la cual intento demostrar las preocupaciones más evidentes de los latinoamericanos, aspiro a incorporar el mundo científico, al par que la búsqueda psicológica. Siempre creí que mi generación estaba obligada apartarse (sin que por ello lo cuestionara) del boom. Ello no quiso decir que, por ejemplo, no admirase inmensamente a uno de sus integrantes, el gran Julio Cortázar. Empero, creo que otros escritores, no pertenecientes al boom, escribieron novelas esenciales, tales como Mujica Lainez y Ernesto Sábato. Otra cosa que reprocho a los europeos es el concebir a Latinoamérica como un continente en estado semisalvaje, que aún practica el pensamiento mágico. No; entre nosotros, como lo demostré en un ensayo, la filosofía que ha prevalecido es la positivista, que junto al marxismo es la más desoladoramente materialista del globo. Nada de pensamiento mágico.

En su obra llaman la atención los sucesos fantásticos, los mitos griegos, la poesía medieval, ¿Considera usted que es un deber de la postmodernidad reivindicar aquello?

G. E. Ignoro cuáles son los deberes de la postmodernidad, porque ignoro qué diablos es la postmodernidad. Por experiencia sé que todo escritor tiene sus obsesiones, inseparables de él, así como Borges estaba obsesionado por los espejos y los tigres. A mí, por ejemplo, la leyenda del vampiro me obsesionó desde muy joven, cuando mis colegas de generación me censuraban el que diese acogida a cierto tipo de literatura (la vampiresca entre ellas, pero también la policial y la de science fiction) y me aseguraban que mi gusto por estas cosas era indicativo de escasas aptitudes literarias. En general, amo la carga de poesía que hay en los mitos. En mi novela La balada del pajarillo incluyo muchos de ellos, como por ejemplo el de las hadas o el de la botella del diablo. Me parece que son alusiones que pueden dar mucha vida a una narración.

¿Qué debemos hacer los latinoamericanos para liderar un verdadero movimiento cultural en el mundo?

G. E. Insistir en nuestra vocación universal.

De acuerdo a los hechos recientes que están marcando la historia mundial, ¿qué augura usted en el futuro?

G. E. Siendo muy joven, escribí un artículo – por allá por 1958 – que lo que yo veía principalmente en el futuro era fanatismo y más fanatismo. La realidad no me ha contradicho. Ojalá me equivoqué, pero veo el siglo XXI como la explosión de multitud de posturas estúpidas, tales como el fanatismo, el chauvinismo y, acaso, el racismo. Por lo demás no sé si haya notado usted como el trajín del hombre se va frivolizando cada vez más. Ese cuento bobo de la cultura Light, por ejemplo, está corrompiendo a las mejores mentes. A una cultura es preciso exigirle profundidad, no ligereza. No quisiera ser pesimista, pero la situación mundial y nacional no da lugar al optimismo. ¿Sabía usted que el pesimismo es de mal augurio? Me atrevería, sí, a hacer un pronóstico tentativo: si el país pudiera obtener la paz que anhela, Colombia se dispararía como una de las naciones más ricas de Latinoamérica. Logrado eso, la justicia social se daría por añadidura, pues suele nacer de la abundancia y no de la pobreza.

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Para quienes estemos iniciados en la narrativa de Germán Espinosa, quintaesencia de la prosa, la lectura de La verdad sea dicha, sus memorias, nos depara como una especie de largo aterrizaje. Acostumbrados al vuelo erudito de sus novelas llenas de un halo impresionista, luciferino tal vez, con sus personajes imborrables; acostumbrados, pues, a sus ficciones que contienen otro plano maravilloso de la realidad, nos sorprende la narración de su propia vida. En sus novelas son muy poco visibles rasgos autobiográficos. Por sus memorias fluye una trama nerviosa que nos hace parar la lectura para recobrar nuestro habitual pulso cardíaco.

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