ROSARIO TIJERAS Y GENOVEVA ALCOCER




POR JORGE FRANCO RAMOS


Mi primer encuentro con la obra de Germán Espinosa fue por todo lo alto. En un pavoroso vuelo, como lo son casi todos, traté de distraer mi ansiedad hojeando una revista, y en ella me topé con una historia que logró lo que nadie ha podido a veinte mil pies de altura: robarme una espontánea y relajada sonrisa. El cuento que logró semejante proeza se titula «La aventura», y en él, una mujer escapaba de la ardua realidad a través de sueños despiertos.




Quedé totalmente motivado por el manejo que el autor le dio a la cotidianidad y al absurdo, para crear esa ironía con la que cuestionamos la realidad y por la forma como los sueños se atrevieron a desafiarla; quedé fascinado por ese instante mágico y conmovedor cuando el tiempo sorpresivamente cambió, como si alguien hubiera hecho sonar los dedos para recordarnos que la ficción tiene un límite, y que éste se encuentra precisamente en el diario vivir, a pesar de que constantemente intentemos franquearlo con las fantasías, con el amor, con las páginas que leemos y acaso escribimos. Siempre habrá algo, un estómago vacío, un dolor en el alma, una mirada hacia afuera a través de una ventana o un periódico para recordarnos que la realidad está ahí, es dura y siempre gana.




Ya una vez con los pies en la tierra, quise aproximarme a ese autor que tanto había oído mencionar pero al que por inexplicables razones no le había hecho justicia metiéndome en sus páginas. Entonces lo que había encontrado en «La aventura» sería sólo el comienzo de lo que habría de descubrir en el universo literario de Germán Espinosa. Y digo universo porque así fue la dimensión de mi hallazgo. Personajes disímiles, minuciosamente engendrados, que van desde una mujer que deja el arroz en lento mientras sueña, hasta un rey fratricida en Amphisa, pasando por toda una serie de reconocidos personajes históricos que adquieren una dimensión humildemente humana bajo la pluma de su autor, cuando interactúan con otros compañeros de página, seres comunes y corrientes, los hijos de la creación literaria de Germán Espinosa. Lugares propios y cercanos, cuyos aromas nos son familiares, caserones de paredes enmohecidas con alcobas llenas de recuerdos lujuriosos, claustros y celdas donde los instintos eran constantemente puestos a prueba, fondas y cantinas del interior donde de boca en boca y generación tras generación perduraban las historias que tenían lugar en nuestras montañas, las esquinas de su Cartagena natal, la luz tenue de los barrios bogotanos, los palenques aferrados a la eterna memoria del esclavo, las tierras caprichosas que fueron testigo de las empresas libertadoras. También encontré que la geografía de Germán Espinosa traspasaba nuestras fronteras, en sus páginas aflora el exotismo de tierras extrañas y lejanas, donde a través del tiempo volvemos a los reinos de la antigüedad, o a la Europa del siglo XVIII, a la ahora sumergida Atlántida o a las culturas precolombinas donde una reina insensata prohibía soñar. Y aunque el paisaje es disperso y variado, sus territorios fantásticos y cotidianos están unificados por lo que yo considero son sus dos grandes fuerzas temáticas: la primera es sin lugar a dudas el referente histórico, que a su vez sirve como eje y escenario para desarrollar lo que sería la otra constante en la obra de Germán Espinosa, el enigma existencial con toda su complejidad. De estos asuntos se desprenden muchos otros, entre los cuales es obligatorio destacar el aspecto religioso y la erudición con que es tratado.




De este tema he estado siempre imbuido, no sólo como resultado que soy de más de doce años bajo educación religiosa, sino como atento observador de un sistema controvertido que ha puesto en su balanza los aspectos más polémicos de la evolución humana. Germán Espinosa trata con maestría la colisión absurda de la moral y la ciencia, y los hechos y comportamientos que merced a este impacto se movieron tras bambalinas. Así, fueron a dar a la misma balanza el amor y el erotismo, la fe y la sabiduría, el poder tirano y los sueños de libertad, el miedo y la verdad, la obstinación y el castigo, entre otros muchos elementos asumidos y reivindicados por el hombre con el único fin de explicarse a sí mismo.




Toda la proliferación de ideas que surgió de la controversia religiosa, toda la pluralidad de voces de sus personajes cotidianos o históricos, así como el paisaje propio y el extranjero, encontraron su lugar de confluencia en las palabras, en los hechos y en el tiempo que creó Germán Espinosa para darle vida a Genoveva Alcocer. Esta mujer, llamada por algunos que la amaron —entre ellos el autor— “tejedora de coronas”, reúne en las páginas que cuentan su historia los rasgos más representativos y sublimes del universo de Espinosa, afirmación que por supuesto no pretende entrar en odiosas discusiones comparativas con el resto de su obra. Sino, que la voz de Genoveva Alcocer es el medio idóneo para aproximarse al espíritu de su autor, a su obsesiva documentación histórica, a su pasión por el tema, a la exuberancia de su prosa, a la precisión de las ideas, a los linderos de la perfección. «La tejedora de coronas» recoge en su totalidad lo que busca todo autor osado que se dedique a este oficio; todos quisiéramos dar a luz en nuestros intentos literarios a un personaje del tamaño y complejidad de Genoveva Alcocer, quisiéramos poder construir una estructura narrativa que a pesar de ser poco común no tuviera el sabor de lo experimental, quisiéramos entretejer una historia individual con una colectiva de la misma manera impecable y verosímil que lo hace Germán Espinosa, y sobre todo, quisiéramos como él, mantener intacto un sueño que proyectó desde su infancia. Porque son precisamente su obstinación y su obra las que hacen que no desfallezcamos en el intento quienes como yo, ingenua e infructuosamente, tratamos de emular a su maestro.




Como lector, como estudioso de la literatura universal, y como escritor de corta trayectoria, encuentro en la obra de Germán Espinosa toda la importancia y la trascendencia necesarias para calificarla de maestra, y aunque aún no termino de repetirla y recorrerla en toda su extensión, pretendo hacerlo con la parsimonia y meticulosidad de quienes saben degustar la exquisitez de los mejores vinos, o como seguramente me refutará el maestro, de los mejores whiskies.




Cartagena de Indias, octubre 21 de 1998






Este blog, albacea de los admiradores, entusiastas y críticos de la obra de Germán Espinosa, se abre al público lector para recibir las impresiones que en todo el universo desate su obra literaria.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si señor, yo tambien me tome un tiempo largo en degustar y por segunda vez las memorias de Genoveva Alcocer; Modelo de Mujer con la que muchos soñamos.
Las turbulencias del vuelo Tucuman Buenos Aires, pasaron desapercibidas mientras leia las 50 ultimas paginas de esa pieza maestra.