(Pintura de J. A. Garrucho: http://www.taringa.net)
Genoveva y Federico están enamorados y desesperados por consumar su pasión, por demostrarlo con sus cuerpos; sólo que ambos viven con sus padres y carecen de un lugar privado en donde puedan saciar eso que les quema las entrañas y los impulsa a quitarse la ropa y besarse enteramente desnudos. En "La tejedora de coronas" hay dos instantes de ese amor en que la consumación de la pasión sexual se prolonga o bien queda inconclusa. Era parte de la maestría de Germán Espinosa advertir cómo todo amor, cómo todo verdadero amor, siempre queda insaciado. Habla Genoveva:
…no
tuve fuerzas para evitar que abriera mi blusa y empezara a besar y a succionar
con dulzura mis pezones, con tanta dulzura que, de repente, pasé de la mórbida
voluptuosidad a un intenso relámpago de placer que me anuló la mente, algo
súbitamente monumental, glorioso, que me hizo desear que me rasgara todas mis
vestiduras y me poseyera de una vez, sin más preliminares, sí, sí, que taponara
esa cisura, que se zambullera en mí como en una gua convulsa, y apartando la
basquiña y el almidonado miriñaque, bajé las enaguas para exponer frente a sus
ojos el vellotado de mi sexo, y alcancé a ver brillar, fuera de sus bragas, la
antorcha victoriosa de su falo, insinuado como una brasa espléndida en lo alto
de una torre albarrana, entonces la puerta, que él había entornado, se abrió
violentamente…(p. 191)
El otro episodio es aun más intenso:
...le
grité que sí, que yo seguiría perteneciéndole hasta el final de los tiempos, soy
tuya hasta la raíz del alma, ¿no lo entiendes?, tuya y solamente tuya,tómame
ahora, ya nada ni nadie podría vedártelo, tómame y poséeme de una vez y
para siempre y reanudemos nuestra alianza de otros días, hazlo ya, vamos, te
amo, mi alocado muchachito, y él me estrechó al tiempo que rompía en un único y
desgajado sollozo, en un diserto sollozo que compendió todo su fracaso y su
desmoronamiento interior, también toda la soberbia inútil y un tanto corrompida
que parece anidar en lo shombres con talento superior, esa epilepsia satánica,
desproporcionada, que creí ver enVoltaire la vez que algún articulista de
pacotilla osó llamarlo escritorzuelo, y un sollozo que resumía por igual la victoria
de la naturaleza primitiva sobre el ambicioso intelecto, porque con él triunfé
sobre su chifladura, conseguí que Federico me siguiera de vuelta por las
escaleras, todavía rezongaba, de tiempo en tiempo, sólo Leclerq puede
salvarme, sólo Leclerq, mas estoy segura que ahora se había confiado por
completo a mí, a mi fuerza superior a la suya que le abría cómplicemente las
comodidades de la derrota frente a una lucha que, en lo íntimo de sí, había
temido siempre asumir por sí solo, así su desesperación resuelta en docilidad me
permitió conducirlo hasta su propia alcoba,donde, con la ayuda de Bernabé, lo
desvestí minuciosamente, despaché al esclavo y le pedí
vigilar por si alguien nos espiaba, para consagrarme a besar poro por poro
su transpirante anatomía, a ahogar en las delicias del amor su rebeldía que no
fue nunca otra cosa que un sustituto de su frustración, a entregarle todo el
placer que pudiera desear, a acariciar dulce, aquerenciadoramente su falo que se
hinchó con saludable prontitud, entonces me atrajo hacia sus labios y comenzó a
desvestirme con prisa,colaboré con torpes movimientos y, en cuestión de
segundos, como en aquel Domingo de Pascua en que me empujó a pesar mío hacia mi
alcoba de la plaza de los Jagüeyes, ansié que me poseyera de una vez, que
taponara esa cisura, que se zambullera en mí como en una agua convulsa, y bajé
las enaguas para exponer frente a sus ojos el vellotado de mi sexo, y vi brillar
la brasa espléndida de su glande, que iba ya a penetrarme, cuando de pronto se
abrió, también como en aquel Domingo Pascual, la puerta de la habitación y una
carcajada atronó como cosa del diablo... (p. 219)
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