La balada del pajarillo (2000)


A Braulio Cendales no le gustan las chicas reales. Solamente las tocadas por la Diosa Blanca. A su novia María Angélica la deja por Mabel Auselou, una mujer ya casada y acaso más bonita y sin duda más fascinante por su condición de poeta y extranjera (viene de Barcelona). En ella, tal vez por ocioso o paranoico, el multimillonario Braulio Cendales cree ver los rasgos finos de una Madona cristiana, de una Virgen barroca o, en fin, de la Diosa Blanca que registra Robert Graves.


Toda su necedad y su tragedia (ambas cosas van tomadas de la mano en la historia humana) tienen su origen en la obsesión de darle sentido a todo y de pensar que una ciega pasión de salir con una mujer casada va a conducir a un final feliz, a un derrotero claro. ¿De dónde nace esa necedad de Braulio Cendales de ver a Mabel Auselou, que es, valga a la verdad, una mujer demasiado inteligente para ser fiel, como una deidad del Renacimiento, como una sacerdotisa, como una Diosa helénica o de la poesía provenzal? No tendría necesidad. Dinero le sobra. Juventud también. Conduce un Alfa Romeo por las calles de Coclitos que bordean la costa (puede ser el barrio El Laguito, en Cartagena), vive en una casona antigua del barrio colonial (puede ser La Candelaria en Bogotá). Es decir, puede seducir a la chica que quiera. Acostarse con todas si le da la gana. Gozar. ¿Por qué su obsesión por una sola?


Braulio Cendales encarna un desgarro lírico asombroso en plena época cibernética y de gran saturación de imágenes. Su confesión en primera persona nos habla con la más despiadada objetividad. Como la de Cide Hamete Benangali con el pobre Alonso Quijano. su locura es la misma del Quijote.


No hay ninguna casualidad en que Germán Espinosa haya publicado en el 2000, al arrancar el nuevo milenio, esta BALADA DEL PAJARILLO. Dueño de una acabada maestría, el novelista abrió la ventana de su encierro bogotano de alcohol y cigarrillo, y un huracán de aire puro refrescó su obra. La verdad a secas. Objetiva. Por lo mismo: bella. De una belleza raras veces vista. "True is beuty", o, como decía Keats, "a thing of beuty is a joy for ever".

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